Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de agosto, 2011

El texto urbano

Un comentario sobre semiología y espacios urbanos     De las palabras de Roland Barthes me fío para decir una vez más que la ciudad es un texto. Un texto que como ciudadanos leemos a diario, vivimos de él y con él. La ciudad es un poema que, según este autor, puede hacernos cantar. ¿Pero cómo se lee ese texto? ¿Qué nos dice? Para leerlo con propiedad hace falta no solo ser arquitecto, sino biógrafo, historiador, urbanista, semiólogo y muchas cosas más, como bien diría Barthes. Porque la semiología, esa ciencia que estudia los signos, también se ocupa de desentrañar qué significa para los ciudadanos ese espacio del que se apropian. Es innegable esa experiencia diaria que tenemos de vivir la ciudad . ¿Pero qué hace que ese sitio en el que estamos sea esa amalgama de signos que nos hablan, gritan y susurran? ¿Qué nos hacen sentir? Partimos de un entorno en el que se agolpan imágenes, objetos, seres, edificios, calles y todo es susceptible a lectura. Así, por ejemplo, un hombre en traje m

La cuerda floja

Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Eso es tolerancia. Inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo. Eso se llama persuasión. Yo no sé qué sea más grave si dejar hacer, dejar pasar o construir muros. Todo o nada... ¿nada? Me paseo entre ambos lados, como uno de esos especímenes que la Biblia cataloga como tibios (acto seguido "Dios los vomitará"). A usar colonia, ¿no? Porque si usted se fija bien, uno siempre debe estar en alguno de esos (estúpidos) bandos. ¿Por qué he de elegir un extremo? Llamadme tibia, por favor. Llamadme apática, porque hay infinidad de bandos a los que espero no afiliarme. Miles de mundos que quisiera no entender. Miles de razones para replantear esos "sí" bestiales, esos "no" falsos. ¿Cómo puede contemplarse realmente el mundo si la otra mitad es condenable? ¡Eh!, tú, haz lo de siempre, te lo suplico: ¡Expúlsame! ¡Yo me niego a