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Mostrando entradas de octubre, 2012

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A nosotros dos ni nos presentaron. Caímos así, de zopetón. Casi uno detrás del otro. Recuerdo una imagen clarísima. Era de mañana. El sol entraba alegre e iluminaba un sillón color vino que usábamos como bus, casa, montaña, fuerte, sitio de batalla. Recuerdo que él me preguntaba que cuántos años tenía. Yo le contestaba que cuatro, y él me decía que cinco. Eso es lo primero que recuerdo de la relación con mi hermano. Esa diferencia temporal. A mí siempre me tocó repasar sus pijamas, camisas y calzonetas. Es que yo fui una niña bien niño y siempre he estado orgullosa de eso. Recuerdo que no me molestaba mucho aquello, porque yo vengo de una familia extensa muy tradicional en los quehaceres masculinos, rurales y chabacanes. La nuestra es una relación de amor y desesperación. Nos conocemos tanto que nos extrañamos y nos odiamos con cariño por lo que somos. Una relación sana de hermanos. A veces nos admiramos de los logros del otro, a veces no entendemos por qué tomó esa decisión, pero