En la tele vi que en el Viejo Oeste ─sí, el de 1800 con caballos, vaqueros y forajidos─ que entre sus aparatos tecnológicos había un camarín* especial, muy parecido a un cajón, en el que desde una mirilla se podía observar algo así como una película.
Lo colocaban en las cantinas y se pagaba por ver el espectáculo. El documental de D. Channel asegura que los vaqueros veían mujeres desnudas. Yo les creo.
Voyeurismo nada más. Sano. Sano voyeurismo.
Algo similar nos está pasando, pero quizá de una manera menos elegante. Menos de diva.
Somos nosotros mismos los productores de las laminitas que están al final de la mirilla. Nadie nos pidió que estuviéramos ahí. Na-die (salvo los llamados casos raros). Fuimos nosotros los lanzados.
¿Nos sobreestimamos demasiado?
¿Nuestras vidas son tan espectaculares que deben ser observadas, estudiadas? ¿Es acaso menester publicar a los cuatro vientos cuál es nuestro estado actual? ¿Cuál es nuestro público? ¿Tenemos público? ¿Acaso ameritamos a que nos vean desde una mirilla? ¿Somos tan fantásticos? ¿A quién le importamos? ¿Deberían ser contadas nuestras historias por más parcas que sean?
No lo sé. No lo sé.
Cierra telón. A comprar otro tíquet.
*Retroalimentación: un amigo (del alma) me dijo que probablemente ese camarín era el zootropo, investigué y eso me llevó al quinetoscopio, el precursor del proyector cinematográfico. En la nota me refiero al quinetoscopio, ¡qué bueno es conocer gente que sabe mucho mucho!
Lo colocaban en las cantinas y se pagaba por ver el espectáculo. El documental de D. Channel asegura que los vaqueros veían mujeres desnudas. Yo les creo.
Voyeurismo nada más. Sano. Sano voyeurismo.
Algo similar nos está pasando, pero quizá de una manera menos elegante. Menos de diva.
Somos nosotros mismos los productores de las laminitas que están al final de la mirilla. Nadie nos pidió que estuviéramos ahí. Na-die (salvo los llamados casos raros). Fuimos nosotros los lanzados.
¿Nos sobreestimamos demasiado?
¿Nuestras vidas son tan espectaculares que deben ser observadas, estudiadas? ¿Es acaso menester publicar a los cuatro vientos cuál es nuestro estado actual? ¿Cuál es nuestro público? ¿Tenemos público? ¿Acaso ameritamos a que nos vean desde una mirilla? ¿Somos tan fantásticos? ¿A quién le importamos? ¿Deberían ser contadas nuestras historias por más parcas que sean?
No lo sé. No lo sé.
Cierra telón. A comprar otro tíquet.
*Retroalimentación: un amigo (del alma) me dijo que probablemente ese camarín era el zootropo, investigué y eso me llevó al quinetoscopio, el precursor del proyector cinematográfico. En la nota me refiero al quinetoscopio, ¡qué bueno es conocer gente que sabe mucho mucho!
Comentarios
A decir verdad, yo por eso cerré el Facebook, y en mi blog me abstengo lo más posible de poner datos de mi vida personal, porque, ¿a quién le podría interesar? A nadie. Eso, por no decir que uno peca de egocéntrico, y todos deberíamos entender que no somos el centro del universo (yo ya lo aprendí, a pesar de la inmerecida famita de narcisista de la que gozaba en la UCA).
Ahora bien, otra cosa son nuestra opiniones. Esto no se hace por egolatría o narcisimo, pienso yo, sino por el simple y humano deseo de ofrecer alternativas a personas que no temen mirar las cosas desde diferentes perspectivas; algo, dicho sea de paso, extremadamente difícil de encontrar en esta sociedad prejuiciosa y estrecha de mente.
Pero, ¿ves? Cuestiones como las que planteás son precisamente las que se necesitan, porque abren a la reflexión sobre nuestro lugar en este mundo y creo que muchos podrán llegar a la conclusión de que sus existencias no son tan espectaculares como ellos lo creen.
Primores, Augusta, y tené por seguro que tus opiniones son de aquellas por las cuales sí conviene ser un voyeurista del pensamiento ajeno.
Te mando un afectuoso abrazo, aderezado, siempre, con una copa de vodka.