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Mostrando entradas de febrero, 2011

Empiruetarse con Halfon

Me gusta Eduardo Halfon. Para leerlo, quizá haya que ser un poco hedonista. Que uno tome un avión para buscar a un pianista que quiere ser gitano es el colmo del placer. Un delirio así ha de ser tan mágico como encerrar a cinco jazzistas en un bar lleno de humo y esperar a ver qué pasa… o qué no pasa. Eduardo Halfon es guatemalteco, nació allá por 1971 y después de dejar una carrera de ingeniería se metió en esto de las letras. Entre sus últimos trabajos están Clases de hebreo (2008), Clases de dibujo (2009), El boxeador polaco (2008), Morirse un poco (2009) y La pirueta (2010), preciosamente editado por Pre-textos luego de que ganó el XIV Premio de Novela Corta «José María de Pedrera» en el 2009. La Pirueta inicia con el conflicto bien puesto: «¿Por qué quieres encontrarlo, Dudú?» Y Eduardo empieza a preguntárselo también. Quizá lo movió la ausencia del amigo, quizá lo sedujo la historia de ese tal Milan Rakić que se cansó de ser un músico y quiso volverse artista, pero gi

Consejos grotescos

En la tele salen unas doñas demasiado viejas para ser señoritas y demasiado aporcelanadas para ser momias. Han de estar en su etapa de encurtido, como conservándose para verse mejor o saber mejor... iugg. Claro, no es saber de sapiencia, porque el despilfarro de sabiduría de las doñas en la pantalla es tal que lo invita a una a apagar el televisor y mejor ponerse a llorar. A lo que voy: Están las mujeres esas con su cara de muñecas rusas con depresión y me dicen, nos dicen, que por favor seamos tolerantes. Y ¡plup!, ahí aparece en la parte de abajo de la pantalla el tema del día: Tolerancia y armonía. Entonces la señora con aretes de vedette me dice que tolerar es respetar y aceptar las situaciones como son. Que es muy difícil porque vaya... todos somos distintos. Sí, bien en esa parte. Pero luego agrega que somos las mujeres las que debemos hacer nuestra parte porque nos corresponde la armonía... ¿Que nos corresponde qué...? «La armonía», me repite. Ah, vaya, le digo. «Sí, sí,

Espejismos

Hoy un hombre muy joven me dijo que me extrañó. Qué va... era un muchacho muy hombre el que me dijo que me echaba de menos... No, no. Hoy, un chico muy niño que un día de estos se hará hombre me dijo que había notado mi ausencia. A su nota, escrita en página de cuaderno, le faltaban varias tildes. Pero no importa. No importa. El niño muy hombre dejó en mi escritorio un chocolate.

Adanowsky para regalo

Ya que estamos en el despilfarro de ideas grotescas y serviles en función de que supuestamente no muere el amor de corazones fuscia y promociones al 2×1, hace bien recibir correos electrónicos masivos (por suscripción) en los que incluyen esos regalos a la medida, de esos que ni al más sorprendente enamorado se le hubiera ocurrido. Y sí, tan poco confiamos. Para mí y otros miles más, de parte de El Volcán : Amor sin fin, de Adanowsky. Deprimámonos, por favor.

Perros

Voy a curarme como lo hacen los perros, lamiéndome las heridas. Voy a hincharme de alegría y que mi cuerpo lo grite (cual cola). Voy a revolcarme tantas veces hasta hallar ese punto exacto en el que, luego de dar mil vueltas sobre mí misma, se está a gusto. Feliz. Voy a volverme como un perro para olvidar por fin que me has hecho daño.

Fugaz

Nahomy Dayanara tiene las calcetas sucias y los zapatos llenos de polvo. Las mejillas amelocotonadas no ocultan sus ojeras de herencia, tiene lunares aquí y allá, y en su cola de caballo lleva un hule celeste que amarra su indómito cabello castaño. Nahomy se sienta como se sientan las muchachas mayores, con una pierna cruzada sobre la otra y con el pie colgante en punta. Va en un asiento desvencijado del bus y se agarra fuerte con una mano mientras la otra descansa en su regazo, sobre esa falda cuadriculada. La lonchera de Colas y Bigotes grita su nombre con tinta azul. La oculta de a poco, como si la elección de ese artículo le diera vergüenza ahora y no antes, cuando quizá emocionada la abrazó contra su pecho. A su lado va un hombre. No, no. No es un hombre aún. Es un muchacho fornido, pero aún no es un hombre si de complejidades hablamos. Nahomy lo mira de cuando en cuando (¿se sonríe?), y mueve una de sus manos más allá, cerca de él, cuando el bus hace curvas. En las parada

Trabajólica

La palabra «trabajólica» es un adjetivo que acompaña a mi nombre, quizá atributo poderoso. Y cada tanto se va sustantivando con fuerza. Me aplasta. Lo alimento de tareas y agendas, de listas interminables y sus respectivos tachones cuando tal o cual actividad se ha cumplido. Ante la incapacidad de poder vivir para el ocio (créanme que lo intento), voy entregándome a los placeres que me supone ejecutar nuevos proyectos. Sin poder librarme de ese empleo que paga mis recibos, abrazo esas actividades mínimas y vitales que me recuerdan que no solo de plata vivo yo, porque en la pirámide de Maslow estoy en la cima de las necesidades: atorrealización se llama.(Ahora que lo pienso me siento tan esnob al superponer mis sueños.) Ante la ansiedad me tomo una infusión doble de manzanilla. Ante los retos no me queda más que domesticarme, disciplinarme e inyectarme cobalamina.

¿Y el día siguiente qué?

Porque antes de preguntarnos qué hacer con el resto de la vida... ¿qué hacemos con tanto kilometraje acumulado?

El país de los locos

─La gente dice que usted y yo estamos locos. ─No, muchacha, cómo va a ser. Casi, pero no. Desmiéntales por favor. No es que uno esté loco; es que venimos del país de los locos, que es distinto. Sí, así: de-los-lo-cos. »Usted no se deje. Aclaremos: no estamos locos, deberíamos, pero por milagro no se nos nota tanto. Aunque con tanta cosa horrenda que pasa aquí…  »Le explico. El otro día unas muchachas hablaban de una entrevista que leyeron , era de un psicólogo que evalúa a los reos y les dice: “Sí, bueno… usted parece normal , vaya a juicio”. Ellas decían que aquí sí era terreno de cultivo para maldades: cárceles a reventar, policías que le hacían favores a los reos, sin casas de rehabilitación… La lista seguía hasta el hartazgo. Eran jóvenes y querían arreglar el mundo. ¡ Pobres! Si los que roban y matan son gentes sanas, ¿qué santidad somos nosotros? »Las muchachas, como eran entendidas, decían que el modelo social y blablablá. Yo estaba va de preguntarme si eso del modelo social