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Mostrando entradas de julio, 2010

Palabrotas

En realidad son Palabras Mayores, de enormidad y con esas mayúsculas chulísimas. Palabras grandotas. Detrás de Palabras Mayores hay cuatro hombres, de esos que gustan, que admiran y que dan ganas de ser así. Venían desde el otro lado del charco, la península ibérica, y uno de más acá, México, para orientarnos sobre el uso del lenguaje. Comunicación efectiva se llamaba el curso. Cuando leí el programa del taller y vi «Corrección de estilo», no pude más que entrar en éxtasis. Por acá no se habla mucho de ello, y los que nos conocen creen que nuestra tarea es ver que las tildes estén ahí, donde ellos (erróneamente) creen que deberían estar. Nuestros educadores, porque siempre nos gusta aprender y más si es sobre lo que hacemos a diario, eran sacados de uno de esos libros de los que uno se enamora y con el que se duerme. Personajes todos. Y aquí aplico la teoría de la representación y ese maravilloso encuentro cara a cara. Sus nombres (pinchen para enterarse, no explicaré currículum): Alb

La lectura en público

He de ponerte al tanto, mi estimado Augusto, sobre lo que acontece en las calles. Sé que vuestro encierro es voluntario, sé que te queda bien la misantropía. No te culpo. Cada día nos cobija una especie de sopor terrible, hace que miremos con normalidad cómo las gentes se matan, cómo contamos catástrofes y nada pasa. Hay un mutismo asesino por ahí, te lo advierto. Por otro lado, he hallado un artista que ha tenido a bien agradarme por su estilo decadente: Adanowksy . Nos recuerda bien a aquellos estados de dejadez total. Vos me entendés. Y ahora el tema que quiero tratar con vos: el entretenimiento. ¿Por qué soslayarlo y menospreciarlo? Acaso no es menester en la vida el placer... visual, estético. ¿No aprendemos más cuando aquello que nos es, literalmente, inyectado nos causa cierto ánimo, ese deseo de descubrir? Hace unos días fui a una de esas ponencias en las que la gente encopetada y de morral cree que usar palabras rimbombates es ser formal. En otra, el moderador trataba de «vos»

Postales del cajón

Si hay algo que siempre admiraré de mi padre es que tenía una capacidad tremenda de hacer amigos, una tolerancia incalculable y una sonrisota de desmesurada confianza. Caminar junto a mi padre siempre era un placer. Platicábamos ameno y me decía cuál era el nombre de todos los árboles que hallábamos en la calle. Al salir de casa agarrada de su mano sabía que debía dejar de lado mi mal humor mañanero de cobija pegada porque era inminente: íbamos a saludar a medio mundo. Y cuando digo medio mundo es medio mundo. A mi viejo lo conocían todos los vecinos. Mi padre era el hombre de mostacho y cabello afro que caminaba alegre, que alzaba la mano para saludarte si ibas lejos. Era al que todos los buseros le silbaban para llevarlo gratis al trabajo. Era al que de pasada le regalaban bolsadas de limones indios. Me decía que le pedía a Dios un amigo diario. Y eso hacía. Por eso le hablaba a las mujeres empurradas del bus, por eso todos los señores que recogían la basura le sonreían y le decían n

Guerra de agujas

Tengo guerra abierta contra los zapatos de tacón alto. Sin saber cómo, los odio más que nunca, sobre todo esos llamados tacones de aguja. Los odio por ser un símbolo de la dejadez femenina. Porque los hombres se burlan de nosotras (las locas por los zapatos). Porque hacen que hagamos equilibrio, que caminemos con incomodidad y porque no podemos correr con ellos. Detesto los tacones porque hay que tener demasiados pares cuando solo tenemos un par de pies. Porque me hacen rozaduras, porque me dejan marca, porque no soporto que todos mis dedos estén ahí apretaditos sin respirar. Porque en Varsovia hubo una maratón de cien metros en tacones. Porque en México también compitieron en tacones. Porque me hice un esquince en mi pierna izquierda cuando no vi un agujero en la calle. Además, son fetiche. Les encanta a los hombres que nos encaramemos en esos mostrencones, que pretendamos estar felices ahí arriba. Los tacos altos nos engañan y nos meten la mentira de que son indispensables para que

Monólogo de Beatriz Pereira

Beatriz Pereira: (sentada en un sofá, con ropa de oficina, sostiene una bola de lana. Está tejiendo con agujas dobles) ¿Qué, a vos nunca te ha pasado? A mí... no sé, supongamos que me interesan las matemáticas y llevo las cuentas. Supongamos te dije. Unas veinte veces. Sí, como lo oís, veinte veces me ha pasado. No, pues no te clavés con los números. Pueden ser más, pueden ser menos. No sé, total. Que si debería llevar una libretita y anotar. ¡Ay, no! Te imaginás, qué pereza. Tener la certeza de las fechas... de sus... Sí, de todo. No, siempre he preferido revolver mi cajón de recuerdos y saltarme los hechos, confundirlos... ¡Hasta olvidar! (es ese momento está tratando de desatar un nudo y no puede) Me dijo una vieja el otro día: "Al único tipo de muerte que le temo es al de la memoria. A que me olviden, esa muerte sí duele". Claro que duele que te olviden, que manden al carajo todo y ni sepan nada de vos. Sabés, yo por eso escribo. Así, si me da la gana me leo yo solita y

Mujercitas

Les Liaisons dangeureuses, René Magritte Tengo en mi escritorio el diccionario de Manuel Seco y Olimpia Andrés, papeles sucios y una taza de café que aún no lavo. Luego de pasearme por los diccionarios de la Real Academia me dije: ¡Vamos, comprueba con este que hemos avanzado! De todos los significados de mujer que busqué (supuestamente aparece por primera vez en el diccionario de 1832), el de Seco y Andrés es de los más divertidos, y quisiera pensar que fue un él y no una ella el responsable de la explicación: "ser animado racional del sexo femenino". Yo lo que realmente les agradezco es que no se les haya olvidado lo de racional. Menos mal. Ahora bien, paseando entre los diccionarios hallé extrañezas maravillosas. Eso gracias a un taller que nos enseñó a rastrear el significado de las palabras y cómo cambiaba a lo largo del tiempo (Así: revisar publicación por publicación). Empecé desde la edición de 1832 hasta la que usamos ahora en línea. De 1832 a 1852, según