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Mostrando entradas de marzo, 2012

Dadme un sobrero, y seré otra

Hace días, cuando entré a esa habitación una mujer de ojos azules y cabello castaño me pidió que fuera una vendedora. Tomé el basurero que estaba ahí y me lo puse en la cabeza. Sin saber cómo un pregón fortísimo salió de mi garganta. Esa fue mi audición para entrar al grupo de teatro del colegio. Más tarde, hice voces de caballo, vestí a las hijas de Bernarda Alba, cargué con vestidos y fui una mujer en "equilibrio". Ahí me convertí en jefe militar, con los zapatos de mi hermano, fui un zorro dispuesto a ser domesticado también. En la universidad, la vida de mujeres y hombres me atravesó el alma. Ladrón escurridizo fui. Prostituta. Criada de las Sabihondas. La madre loca de un pueblo sombrío y desdichado. Fui, además, cantante carnavalera, fui una mujer dolida, triste, sola. Fui las voces de la mujer que gritó de placer durante un masaje. He sido rey y mendigo. He sido, por lo demás, actriz de esta vida "normal". También juego mi papel de profesora "estricta

Un cuarto propio

Luego de una clase de Redacción con don Paco, aproveché y con una amiga nos acercamos a él. Ni si quiera recuerdo con quién estábamos cuando él le dijo que debíamos leer Virginia Woolf. Con el borrador en la mano explicó que en el libro Miss Dalowey lo que la Loba hacía era contar múltiples realidades a partir de un solo hecho. El borrador de pizarra era el momento en el que Clarissa salía a comprar flores y como quien tiene cámaras a lo largo de la calle, Virginia cuenta besos de amantes, cómo los carros atravisan las calles... el mercado. Todo lo que sucede en un instante. Después de esa clasesita exprés, fui por los libros y me encontré con uno que parecía ser más o menos manejable: "Una habitación propia". Admito que en aquel entonces me costó leerlo un poco, quizá por la traducción o por la manera en la que es narrado, pero con todo y todo confieso que me fascinó. Lo que una mujer necesita para escribir es una habitación propia (pagada de su propia bolsa) en la que pue