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Mostrando entradas de octubre, 2009

Un hombre ideal*

Toma café con leche en una taza blanca de porcelana. A las cinco de la tarde le gusta mirar cómo la calle se colorea de naranja. Sabe observar. Adivina pequeños detalles. Es listo. Sobre todo es exquisitamente listo y lo sé por cómo camina. El nombre es reservado y solo por hoy no lo pronunciaré. Ha de andar vagabundeando... ha de recordar cuánto ama a su gato gruñón. Y mientras deliro, otro inquiere y desata su desesperación sobre mis estándares de calidad. No le gustan mis parámetros groseros de dividir al mundo en castas, en conveniencias y olvidarme de las clases sociales. Odia que diga los no listos. Me acusa y me juzga por clasificar a la humanidad en cuanto a la "listeza" o entretención se refiere. Que en todo caso vendría a ser lo mismo, si no, jamás nadie en la sala de Ana Karenina se habría reído a no ser por las palabras brillantes de tal o cual personaje. Un hombre que sabe reír y entretener está completo. Así, bajo aquella mirada acusadora me repregunto si he he

Aquellas pequeñas cosas (o el Lobo del aire)

Llega hermoso, torso desnudo y media sonrisa. Sobre el piano sus manos hacen amor . Canta "Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia..." Serrat emerge espectacular, como solo él puede hacerlo. Reclama que "Aquellas pequeñas cosas nos dejaron tiempo de rosas", que "como un ladrón te acechan detrás de la puerta..." Y surgen las palabras, las cartas, los pedazos de vida que se quedan con aquellas pequeñas cosas. Amo la corbata celeste a rayas, la introducción de McGiver, cuando la tele emocionada dice "Aventuras de ayer y hoy presenta". Se quedan aquí. Los objetos son testigo de lo que somos y fuimos. Sobre todo de ese pasado que a ratos parece que ya no es nuestro. Hoy, en la eternidad de una mañana a solas, en la tele anuncian Airwolf, conocido hace una veintena de años como El lobo del aire. Y con lo terrible de la cinta me parece hermoso. Un helicóptero estupendo. A los actores los conozco tanto que son viejos amigos. (Como la foto vieja,

Estado civil (parte II)

En la primera parte resolví: Soltera hasta que la muerte me separe. No lo vieron, es que lo lancé al abismo. Parte II Las palabras peligrosas: sexo, o no sexo. Virgen. Amor, desamor; traición. Soledad. Infinita soledad. Compañía. Para siempre. Mutismo. Soltera... soltero (¡ojalá!). Casado. Casada. Doble haraquiri. Los detalles. Más o menos información, usted dirá. La prefiero breve, la prefiero precisa. Resumen: ¿importa el statu quo de tal especimen? Habladurías... cercas. Sobre todo no morir en las cercas. De pronto, se atrona estridente la reformulación que se hace con respecto a las ataduras que elegimos. Y sí importa, por su puesto que importa. Porque siempre hay alguien detrás del objeto de deseo. Las fantasías son gratuitas. La imbecilidad y la majadería acampan de vez en cuando; y no piden permiso. Estado civil: 2. m. Condición de soltería, matrimonio, viudez, etc., de un individuo. Y seguirán mis X mayúsculas sobre una S encerrada en un cuadrito inútil. Un rato, un rato nomás.

Nuestro contador

El viejo tenía una agenda chiquitita, café, con páginas amarillentas y su nombre grabado en una cinta plástica roja. Ahí escribía: ropero 20 colones; cama 100 colones; casa 125 colones... y así. Todo ordenado, detallado, estricto. Mi viejo era contador, escribía método Palmer y era hincha del Alianza. En esta semana uno de sus hijos egresa. Este semestre el primogénito de mi viejo lo extrañó todavía más porque Matemática Financiera nos desveló de a galán; y él, como yo, esperaba que el viejo le explicara el asunto. Pero no se pudo. Y no se pudo. Son caros los fax al infinito y más allá. Tengo dos años de no presentar la declaración de la renta, y ya para el próximo período vaticino una multa grosera. No puedo llenar la declaración, olvidé cómo, lo olvidé todo. Esperamos demasiado. **

Ocio

Está ahí con su pantalón gris, a cuadrícula perfecta, como ajedrez ennegrecido. Es amable, o al menos procura serlo. Dice que le gusta el ocio. Disfruta el ocio. Le digo que si es hedonista. Asiente, y se explaya diciendo que lo tome como me plazca, pero que a él le gusta hacer lo que quiera con tu tiempo: leer, caminar, trotar, tomarse un café en la tarde. Ama el ocio. Procuro entender eso. Me esfuerzo, para ser honesta, y en ese vaivén censuro en una milésima de segundo esa su manía de ser amante de la nada. Y luego, lo envidio. Días más tarde, cerveza en mano, repite lo del ocio. Y yo sigo sin hacerme la idea. Es mi turno de explicar mi afición por las multitareas simultáneas. Escupo verbos como leer, hacer, fabricar, inventar, enseñar... este mi hartazgo. Resuelve que soy pasada de activa. Sonrío complaciente. Soy eso. Pero de todos modos lo envidio, porque hoy, esta tarde, cuando por fin terminé un proyecto que inicié hace un mes... Hoy por fin tengo una tarde para echarla por la

Los premios

Miren, miren, en el post anterior me dieron un premio. ¡Huy!, gracias, gracias a toda la querida teleaudiencia, radioescuchas, navegadores bloguísticos, acosadores de la web y demás fanáticos enardecidos... De repente hicimos algo bien, ¿no?

Taquicardia

Dícese de la aceleración del músculo cardíaco. No café, otra vez. El cuerpo siempre se las cobra, y no pide permiso. ¿Conque no vamos a cuidarnos?, reclama. Oídos sordos. Se puso en huelga. Otra vez.