Empecé a irme cuando un día le dije a mi papá que quería estudiar noséqué y que iba a ser en el extranjero. No me fui. Él respiró con alivio. Me fui varias veces a visitar gente a otros sitios porque tenía una necesidad de estar allá, lejos. Me fui a Armenia, me fui a Cojutepeque, me fui Santa Ana, me fui a Chalatenango, me fui a Honduras, Guatemala... Perú. Siempre quería estar allá, haciendo todo lo que acá no se podía hacer. El visitante y el balcón. Me fui también cuando entré a estudiar en esa universidad en la que hace más de veinte años los militares mataron a sus mentores, sus guías, sus sacerdotes. Y me fui bien lejos porque empecé a hallarme a mí misma, porque entendí, digo yo, muchas cosas. Había gente como yo, había una vida que jamás (ni ahora) quise que se acabara. Cuando me fui esa vez había muchos conmigo. Y siguen ahí porque irse para ellos también era necesario. Teníamos que crecer, dijeron nuestros maestros. Nosotros les creímos. Años más tarde cada quien h
Hay multitud de interpretaciones como intérpretes tiene el mundo. El gran intérprete no existe. Ahí van mis distracciones.