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Mostrando entradas de noviembre, 2011

Llegar a la meta

Hoy, cuando caiga la tarde, hermano mío, recordarás la primera vez que entraste al colegio, la universidad..., cuando dibujabas letras con plastilina, cuando también me enseñaste a contar. Recordarás, chinito, la manía de las profesoras, los gritos de gol en el pasillo de tus amigos. Que te den un cartón, mi bro, es solo el signo de que llegaste al final de un principio. Vos y yo sabemos, porque vivimos con el ejemplo de nuestro viejo querido, que un título nada es si no te hizo crecer como persona. Es el escalón que nos debe llevar a nuestros más hondos anhelos, es un porqué que nos impulsa a caminar por el camino que nosotros mismos hemos labrado. En innumerables ocasiones nos hemos caído y corresponden exactamente al número de veces que nos hemos levantado. Este gran triunfo supone un mínimo de tu valía, porque vos sos e irás más lejos. Sos más grande, mi hermano, inmensamente valioso. Este título, chinito, es la evidencia de tu gran esfuerzo, de tu amor por el trabajo, de esa p

Cena de jazz-Brujo (por eso desprecié a Calle 13) II

En el capítulo anterior habíamos hablado de las tales pupusas. Total que sacudimos el polvo de nuestros pies (quizá lodo). Suchitoto acababa de sufrir un baño de diluvio. Mirábamos cómo el agua corría, cual monzón, por las calles. Lo que temíamos era que todo el Festival de Jazz se cancelara.  Mientras el agua se decidía a irse por las cloacas, nos quedamos dando vueltas en el Teatro de las Ruinas. Sin fijarnos mucho en las pinturas, podríamos decir que nada de lo que estaba colgado ahí valía mucho la pena contemplar. Quizá un bodegón bien hecho pero lo demás lo pasamos de largo. Lo que vale la pena es estar sobre el escenario del teatro de las ruinas. La duela es como debe ser: amplia, con rebote, de madera nada pulida, agreste y con la sensación de que ahí la gente ha perecido en el trabajo. Mientres Mr. B me miraba, salté y probé la duela cuanto pude. Luego de hacer el ridículo, caminamos directo al San Martín. Nuestro norte estaba un poco atrofiado, así que frente a la Policí

Cena de jazz-Brujo (por eso desprecié a Calle 13) I

Esta entrada no sería nada sin el detonante de miss Virginia Lemus y su Boliqueso belicoso , que he leído con tanto estusiasmo esta mañana y tarde, como quien tiene dos buenos tiempos de comida. Resulta que miss Lemus se fue el sábado a ver Calle 13 en el extrañamente ilustre estadio Flor Blanca (me rehúso a llamarlo como un futbolista bolo que solamente tuvo un par de temporadas buenas en el Cádiz). Yo, por qué he de ocultarlo, ni siquiera contemplé ir a ese asunto. Primero, porque ya tenía compromiso (viajecito al Festival de Jazz); segundo, porque las aglomeraciones entusiastas pseudoizquierdistas me dan pánico (de aburrimiento); tercero, porque la mejor canción que tienen no la iban a cantar porque les faltaba Rubén Blades y sí, también lo admitiré, porque a mí esa música semiurbana con pretenciones de ser una revuelta de los de abajo no me parece honesta. Con la decisión tomada, vi con algo parecido a un puchero de "Ayyy, qué gente más cirquera" los esfuerzos de medi

Altares, santos y catástrofes

Debo confesar que me he librado de innumerables catástrofes a fuerza de capitalizar desastres ajenos. A fuerza, también, de rendir culto a ciertos humanos. Sobre los altares que he construido en mi vida, que he desmontado en mis contables mudanzas y que he vuelto a erigir, siempre pongo una página con las frases de tal o cual fulano, vivo o muerto, para que me recuerde dónde está el norte. Las buenas brújulas no las venden en ningún sitio. Debe una tener un golpe de suerte tremendo para que en medio de toda esta turbulenta vida un ser humano con sentido común entrenado tenga la misericordia de decirte:  «Por ahí no, que se desbarranca y se mata».  ¡Ah!, pero no todo acaba ahí, quizá algo más trascendental (y eficaz) que la buena brújula es ejecutar un verbo con tal precisión que dé miedo. Es-cu-char. (Porque sin eso, nada pasa.) Me atrevo a confesar que el pánico al precipicio me ha obligado a detenerme en medio de los torbellinos en los que suelo meterme y que justamente ese m

Retraídos, distraídos, abstraídos... (marginados)

Llámennos distraídos por favor, porque así nos sentiremos menos culpables de ser como somos. Aunque, para que quede claro, nos gusta ser así. A veces imaginamos que la gente cree que a propósito no somos así, que quizá algo estuvo mal allá cuando íbamos a preescolar, que quizá algo nos traumó siendo nosotros chicos. Pero no. A propósito elegimos ser un poco... (¿hay alguna palabra amable para decirlo?, no, quizá no), sí, eso, marginados. Porque ser marginado viene de estar al margen, del lado opuesto en el que se supone ocurre la acción principal. Sin embargo, no me van a negar que lo de las acciones primerizas también es subjetivo, relativo. Hacemos lo nuestro lejos de donde los demás hacen lo suyo: no nos gustan los hacinamientos. Por los siglos de los siglos amén hemos cargado con el mote de ser retraídos. Veámoslo bien: Retraído :   1.  adj.  Que gusta de la soledad.  2.  adj.  Poco comunicativo, corto, tímido.  3.  adj.  Se decía de la persona refugiada en lugar sagrado o de