Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de 2011

Ayer

Toda acción ejecutada antes de escribir este "antes" la llamaré ayer, la llamaré pasado, la llamaré vida ida. Cada instante nos alejamos más del naciemiento e inevitablemente nos dirigimos hacia la muerte. ¡Alegraos!, porque lo que yace entre los dos extremos se llama vida. Retomo como quien tiene un manojo de flores marchitas las imágenes de todos los ayeres que me gusta recordar pero que no quiero revivir. Cada una me hizo esto que soy. Los gozos con ajenos, las risas con aquellas y los sinsabores de los desplantes, desamores, amarguras y abandonos están en esa palabra: ayer. Ayer, que estuve enamorada del error, ya fue. Ayer, que creía no superar estos ires y venires, ya se ha ido; y me trajo la sensibilidad de poder reconstruirme las veces que sea necesario. A mis oídos llegó ese Todos tenemos un pasado , y me regocijo. He hecho las obsenidades y caridades que he querido. He procurado experimentar todos los estados emocionales que me han sido permitidos: odio, amor,

Llegar a la meta

Hoy, cuando caiga la tarde, hermano mío, recordarás la primera vez que entraste al colegio, la universidad..., cuando dibujabas letras con plastilina, cuando también me enseñaste a contar. Recordarás, chinito, la manía de las profesoras, los gritos de gol en el pasillo de tus amigos. Que te den un cartón, mi bro, es solo el signo de que llegaste al final de un principio. Vos y yo sabemos, porque vivimos con el ejemplo de nuestro viejo querido, que un título nada es si no te hizo crecer como persona. Es el escalón que nos debe llevar a nuestros más hondos anhelos, es un porqué que nos impulsa a caminar por el camino que nosotros mismos hemos labrado. En innumerables ocasiones nos hemos caído y corresponden exactamente al número de veces que nos hemos levantado. Este gran triunfo supone un mínimo de tu valía, porque vos sos e irás más lejos. Sos más grande, mi hermano, inmensamente valioso. Este título, chinito, es la evidencia de tu gran esfuerzo, de tu amor por el trabajo, de esa p

Cena de jazz-Brujo (por eso desprecié a Calle 13) II

En el capítulo anterior habíamos hablado de las tales pupusas. Total que sacudimos el polvo de nuestros pies (quizá lodo). Suchitoto acababa de sufrir un baño de diluvio. Mirábamos cómo el agua corría, cual monzón, por las calles. Lo que temíamos era que todo el Festival de Jazz se cancelara.  Mientras el agua se decidía a irse por las cloacas, nos quedamos dando vueltas en el Teatro de las Ruinas. Sin fijarnos mucho en las pinturas, podríamos decir que nada de lo que estaba colgado ahí valía mucho la pena contemplar. Quizá un bodegón bien hecho pero lo demás lo pasamos de largo. Lo que vale la pena es estar sobre el escenario del teatro de las ruinas. La duela es como debe ser: amplia, con rebote, de madera nada pulida, agreste y con la sensación de que ahí la gente ha perecido en el trabajo. Mientres Mr. B me miraba, salté y probé la duela cuanto pude. Luego de hacer el ridículo, caminamos directo al San Martín. Nuestro norte estaba un poco atrofiado, así que frente a la Policí

Cena de jazz-Brujo (por eso desprecié a Calle 13) I

Esta entrada no sería nada sin el detonante de miss Virginia Lemus y su Boliqueso belicoso , que he leído con tanto estusiasmo esta mañana y tarde, como quien tiene dos buenos tiempos de comida. Resulta que miss Lemus se fue el sábado a ver Calle 13 en el extrañamente ilustre estadio Flor Blanca (me rehúso a llamarlo como un futbolista bolo que solamente tuvo un par de temporadas buenas en el Cádiz). Yo, por qué he de ocultarlo, ni siquiera contemplé ir a ese asunto. Primero, porque ya tenía compromiso (viajecito al Festival de Jazz); segundo, porque las aglomeraciones entusiastas pseudoizquierdistas me dan pánico (de aburrimiento); tercero, porque la mejor canción que tienen no la iban a cantar porque les faltaba Rubén Blades y sí, también lo admitiré, porque a mí esa música semiurbana con pretenciones de ser una revuelta de los de abajo no me parece honesta. Con la decisión tomada, vi con algo parecido a un puchero de "Ayyy, qué gente más cirquera" los esfuerzos de medi

Altares, santos y catástrofes

Debo confesar que me he librado de innumerables catástrofes a fuerza de capitalizar desastres ajenos. A fuerza, también, de rendir culto a ciertos humanos. Sobre los altares que he construido en mi vida, que he desmontado en mis contables mudanzas y que he vuelto a erigir, siempre pongo una página con las frases de tal o cual fulano, vivo o muerto, para que me recuerde dónde está el norte. Las buenas brújulas no las venden en ningún sitio. Debe una tener un golpe de suerte tremendo para que en medio de toda esta turbulenta vida un ser humano con sentido común entrenado tenga la misericordia de decirte:  «Por ahí no, que se desbarranca y se mata».  ¡Ah!, pero no todo acaba ahí, quizá algo más trascendental (y eficaz) que la buena brújula es ejecutar un verbo con tal precisión que dé miedo. Es-cu-char. (Porque sin eso, nada pasa.) Me atrevo a confesar que el pánico al precipicio me ha obligado a detenerme en medio de los torbellinos en los que suelo meterme y que justamente ese m

Retraídos, distraídos, abstraídos... (marginados)

Llámennos distraídos por favor, porque así nos sentiremos menos culpables de ser como somos. Aunque, para que quede claro, nos gusta ser así. A veces imaginamos que la gente cree que a propósito no somos así, que quizá algo estuvo mal allá cuando íbamos a preescolar, que quizá algo nos traumó siendo nosotros chicos. Pero no. A propósito elegimos ser un poco... (¿hay alguna palabra amable para decirlo?, no, quizá no), sí, eso, marginados. Porque ser marginado viene de estar al margen, del lado opuesto en el que se supone ocurre la acción principal. Sin embargo, no me van a negar que lo de las acciones primerizas también es subjetivo, relativo. Hacemos lo nuestro lejos de donde los demás hacen lo suyo: no nos gustan los hacinamientos. Por los siglos de los siglos amén hemos cargado con el mote de ser retraídos. Veámoslo bien: Retraído :   1.  adj.  Que gusta de la soledad.  2.  adj.  Poco comunicativo, corto, tímido.  3.  adj.  Se decía de la persona refugiada en lugar sagrado o de

Silencio

Me gustan las palabras mías, las que son para mí, las que nadie más escucha, las que nadie más lee. Me gusta que en días no comunes, como hoy, me digan mi nombre sin que nadie más se fije en cómo pronuncias las palabras. Me gusta usar ese nuestro código, con nuestras historias ya idas que nos han dejado aquí, tan lejos y tan cerca. Para ti, ustedes también, tengo una puerta abierta. Lamento anunciarles que la entrada es estrecha. Quizá les incomode un poco que en este pasadizo no quepan maletas, máscaras, artilugios... Para eso la dejé abierta tan solo un poco, para que solo tu infinita alma pase por ahí, para que el ruido de la calle no nos turbe. Porque los días me gusta vivirlos de a poco. He decidido tomarme estos días de silencio para mirar con tranquilidad. No quiero que el torbellino me atrape, no quiero que los gritos desaforados me arranquen este gusto que tengo por las palabras honestas. Quiero que esta soledad vaya poblándose de palabras amables, de sonrisas mías, de

Por un año más...

No me avergüenza confesar que cuando inicia octubre un sentimiento infantil se apodera de mí. Me gusta pensar, secretamente, en las fechas que sobran y faltan para que me llegue la hora de nacer de nuevo.  He conocido personas a las que parece no importarle la fecha de su nacimiento, o que nos hacen creer que es una fecha más. Yo honestamente me remito al sentimiento primitivo de querer salir, de entrar al mundo, esa acción tan bestial que compartimos con las plantas, las bacterias, bacilos y todo ente vivo. Ese es el sentimiento que se apodera de mí: quiero hacer vida. Porque nacer supone entrar a un estado de desprotección, porque siempre ha sido así: estábamos mejor cuando nos cobijaban allá adentro, y muchos pensadores han dicho lo mismo de la muerte, se está mejor cuando uno se ha ido. Así que como no hay remedio, yo me alegro de nacer de nuevo. (Aunque en un país tan convulso como el mío acumular días ya es toda una proeza.) Me pongo contenta porque me tocó nacer en una fe

Diario de viajes rurales (1)

Hacía un par de semanas que había terminado un proyecto donde fui a sustituir a otra persona. Como verán, hallé el sitio con una dinámica ya iniciada. Conquistar a los colonos de esa clase no fue fácil, pero al final todo fue mejorando de a poco. Así que cuando me dijeron que si podía ir a otro sitio a impartir un curso básico de medios de comunicación, al otro lado del país, pues dije que sí. La ventaja que teníamos en aquel entonces era que nos llevaba el transporte de una entidad nacional, así que todo bien. Nos presentábamos en las oficinas a cierta hora de la madrugada y ya nos íbamos. Pero justo el día que iniciaba el proyecto una pereza descomunal y la tacañería se apoderaron de mí. Fue así como decidí llamar al motorista para preguntarle que si podía recogerme a medio camino. Me preocupé de preguntarle a don Carlos, porque así se llamaba el conductor, que en qué sitio podía parar y a qué hora. Hizo cálculos y me dijo que a las seis y quince de la mañana estuviera lista. Cua

Quiero ser políticamente correcta

Quiero ser políticamente correcta para jamás quejarme de las desventuras que este oficio me ha traído. No diré jamás que es una alegría tremenda dejar de ver rostros pasmosos, en blanco, berreadores de palabras vacías. Jamás les diré mi descubrimiento: al ser humano le gusta ser premiado sin tanto esfuerzo, o: al ser humano le gusta ser premiado sin ningún esfuerzo. Pero no, no, no, dirá otra persona, es que no están acostumbrados y yo, por mi parte, no diré que están acomodados. Lástima que el conocimiento y las habilidades no vienen en pastillas, porque si fuera así ¿tendríamos adictos? Yo creo que no, porque eso implicaría trabajar y ya lo dijimos: aquí, ustedes bien lo saben, a nadie le gusta sudar. Seré políticamente correcta y no diré que la holgazanería es una plaga. Amén.

La virtud de quejarse

La otra noche aceptamos con triunfo (mi cómplice y yo) que somos unos quejistas. Pero permítame aclarar el asunto, estimado lector, porque como ya he dicho: interpretaciones hay en el mundo como intérpretes tiene este. Así que mejor no nos confundamos. Cuando hablo de queja no me refiero a ese chillido infantil, ni a esa usual jerigonza de pubertad, mucho menos a llantos femeninos o a golpes (estúpidos) masculinos. No, nada de eso. Lo nuestro va más allá del simple hecho de exponer un dolor o algún resentimiento, como mal dice la RAE. Quizá el significado que más nos guste es el de mostrar abiertamente nuestra disconformidad contra algo (y a veces contra alguien). Quejas de agenda: vamos en la calle y nos quejamos de que en la capital están arreglando los parques y los están dejando peor de lo que estaban (ahí va nuestro dinero desperdiciado, hecho: no votaremos por ese infeliz). Mes cívico: ¡qué manía de recordar todas esas costumbres campechanas que a esta gente jamás le gustó te

El texto urbano

Un comentario sobre semiología y espacios urbanos     De las palabras de Roland Barthes me fío para decir una vez más que la ciudad es un texto. Un texto que como ciudadanos leemos a diario, vivimos de él y con él. La ciudad es un poema que, según este autor, puede hacernos cantar. ¿Pero cómo se lee ese texto? ¿Qué nos dice? Para leerlo con propiedad hace falta no solo ser arquitecto, sino biógrafo, historiador, urbanista, semiólogo y muchas cosas más, como bien diría Barthes. Porque la semiología, esa ciencia que estudia los signos, también se ocupa de desentrañar qué significa para los ciudadanos ese espacio del que se apropian. Es innegable esa experiencia diaria que tenemos de vivir la ciudad . ¿Pero qué hace que ese sitio en el que estamos sea esa amalgama de signos que nos hablan, gritan y susurran? ¿Qué nos hacen sentir? Partimos de un entorno en el que se agolpan imágenes, objetos, seres, edificios, calles y todo es susceptible a lectura. Así, por ejemplo, un hombre en traje m

La cuerda floja

Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Eso es tolerancia. Inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo. Eso se llama persuasión. Yo no sé qué sea más grave si dejar hacer, dejar pasar o construir muros. Todo o nada... ¿nada? Me paseo entre ambos lados, como uno de esos especímenes que la Biblia cataloga como tibios (acto seguido "Dios los vomitará"). A usar colonia, ¿no? Porque si usted se fija bien, uno siempre debe estar en alguno de esos (estúpidos) bandos. ¿Por qué he de elegir un extremo? Llamadme tibia, por favor. Llamadme apática, porque hay infinidad de bandos a los que espero no afiliarme. Miles de mundos que quisiera no entender. Miles de razones para replantear esos "sí" bestiales, esos "no" falsos. ¿Cómo puede contemplarse realmente el mundo si la otra mitad es condenable? ¡Eh!, tú, haz lo de siempre, te lo suplico: ¡Expúlsame! ¡Yo me niego a

El esfuerzo (según ellos)

La chica volvió con las manos vacías. Con su cabello lacio, negro y peinado a raya lateral ladeó la cabeza y me dijo que no había hallado nada en la biblioteca. La miré con no sé qué incredulidad y osadía (porque ella era infinitamente más alta que yo) y le dije que era ¡Imposible! que volviera sin algo. Vaya, yo sé que no es la biblioteca del Congreso, ni de España, Inglaterra... ¡Pero algo hay!  Es que no hallé nada, me volvió a decir entre jadeos de cansancio por haber atravesado un campo terroso bajo el sol mañanero y, de ribete, tropical. Es que no puede entrar sin libros, le repetí. Entonces, ella, vencida, dijo que volvería. Que si cambiaba de tema (para escribir). Pues claro, le contesté. Sea práctica. Arrastró lo que quedaba de ella, bajó dos pisos, atravesó el parqueo, las gradas, otro pasillo...  Sí, escribir también es cansado y eso lo comprobó la chica porque volvió con tres enormes libros que seguramente pesaban... no sé, como tres ladrillos de barro rojo, o dos ladr

Delirios y confesiones (ajá, más)

Yo sé que el título del blog es medio pretencioso. Sí, ya sé que la gente lo mira y dice: "Bueno, y esta de dónde sacó esto... o ¿de cuál fuma?" El nombre no me lo saqué de la manga, eso lo vi en una clase que se llamaba Semiótica de la Cultura. Esa materia era algo así como la antesala al nirvana. Entender sobre lo que se supone que uno entendía y los significados y blablablá. Una maravilla total. A mí, honestamente, lo que más me gustaba de esa clase era la sensación de autodescubrimiento permanente. En particular una teoría que fue para mí abrumante y sí, excitante. Porque una también se puede excitar con teorías, no crean que somos tan mundanas que solo nos alimentamos de cuerpos... en movimiento. En fin, lo de la semiosis infinita de Charles Pierce se resume en la leyendita del blog: hay interpretaciones como intérpretes tiene el mundo. Lo que pretendía, o pretendo, depende de mi ánimo, es juntar las distracciones que tengo sobre el mundo, lo que me molesta, lo que odi

Miedos: ceguera

Siempre he tenido miedo de quedarme ciega. Me da miedo porque soy torpe por naturaleza, porque ante mí todo lo que parece estar quieto en la repisa se inclina, cae y me golpea. Me da miedo porque, cuando por fin sea ciega, todos esos botes de especias y tazas de té caerán con más frecuencia, rebotarán en el suelo y soltarán esquirlas. Me da miedo quedarme ciega porque dejo las cosas en lugares distintos, porque aún soy incapaz de guardar mi cepillo de dientes donde debe estar. En numerosas ocasiones lo he encontrado en la tetera de porcelana donde guardo las plumas y lápices. Y ese no es un buen lugar, ni higiénico, para dejar ese instrumento de limpieza. ¿Qué vida más triste y miserable tendré si ni siquiera puedo hallar un maldito cepillo? Me da miedo quedarme ciega porque amo ver televisión y películas. Porque los grandes filmes tienen secuencias en las que no hay diálogos y uno debe estar pendiente de la cada fotograma para develar qué rayos pasa. No mirar, no contemplar las

Fetiches

(Fetiche .  ( Del   fr.   fétiche ).  1.  m.  Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos. ) Los objetos y su uso son los que, a menudo, legitiman nuestras acciones y las acciones son una extensión (¿verídica?) de quienes somos. Demostrar el uso experimentado de tal o cual juguete denota la personalidad de (digamos) algunas personas. Así, el basquetbolista deberá demostrar su pericia para que el balón entre en la cesta. El instalador eléctrico, con su cinturón lleno de herramientas, usa los objetos con tal maestría para que al conectar la cafetera no corramos el riesgo de morir electrocutados. Denominamos a las gentes y sus oficios dependiendo de la actividad que ejecuten. El bombero es que que con una bomba apaga el fuego y blablablá. Ahora que el ejemplo en cuestión ha sido explicado con claridad, paso el siguiente asunto. El juego, la escena, la farsa. Los objetos son vitales en la farsa, son un elemento identi

¡Sed libres!

Los bolígrafos y lápices se movían de manera trepidante, bailoteaban en las manos una velocidad comparada tan solo con la agitación que produce querer escribir todo el cuaderno en un hilo de papel justo segundos antes de que inicie un examen final. Escriben. Sí, todos ellos escriben. En esas páginas reina el caos (y se construye la libertad). Natalie Goldberg ha vuelto a hacer de las suyas en mi salón de clases. Fiel a que su método es lúdico y liberador, sometí a esas indefensas criaturas que se llaman estudiantes a un exorcismo necesario. Se dejaron llevar, confiados en que para algo serviría el ejercicio. Usamos el capítulo uno de Escritura como terapia creativa . En esas sesiones, nos olvidamos por un momento de la ortodoxia y le dimos paso a eso que Natalie llama Reglas de la práctica de la escritura , esas que, según esta doctísima maestra, también sirven para el sexo. Yo le creo. Regla número uno: Mantener la mano en movimiento . Eso es, muchachada, para que su mano editora,

Los invisibles

Lázaro Rodríguez Oliva lanza una pregunta que es como un cuchillo bañado en sal que abre llagas. Sus observaciones se desprenden de una afirmación que explica sin pausa pero sin prisa. «Lo que no existe es producido activamente como no existente.» Lázaro parafrasea (y nos presenta, entre otros) a Boaventura De Sousa Santos . En el marco del taller de Políticas culturales: investigación e innovación para el desarrollo , auspiciado por el Centro Cultural de España en El Salvador, Lázaro Rodríguez Oliva se esfuerza en mostrarnos que las afirmaciones de De Sousa no son ideas etéreas. Él procura que comprendamos que de alguna manera somos (querrámoslo o no) «invisibilizadores del otro». Entre una mareada de temas y discusiones que le compete una plataforma más amplia y de diálogo, traigo a cuenta esa cubetada de preguntas hirientes: ¿cuándo producimos ausencias? ¿Cómo yo desde mi individualidad anulo al otro? ¿Qué hay detrás de esa ausencia que produzco de manera ignorante o intencional

Para amar los ritos

Este mundo se pone cada vez más extraño. Que la gente se presente en nuestras vidas como por generación espontánea raya en lo normal. Conocemos sus nombres y lo que han construido de sí mismos a través de un muro, ese muro que con más frecuencia tiende a parecerse al muro de los lamentos. Y si bien no colocamos pepelitos en tus intersticios, sí publicamos lo que sea para que esos que se llaman nuestros amigos se den cuenta de tal lamento. Así, se va instaurando esta costumbre insana de enterarnos de todo aquello que no queremos conocer pero que por "novedad" nos enteramos. Estar pendiente de alguien ahora es fijarse en cuanta declaración egoísta surja en ese muro. Y sí, me refiero a ese dispositivo de "f" blanca en fondo azul que tanto bien nos ha hecho. Porque creámoslo o no, es una maravilla. Pero como solemos hacer... nos excedemos y usamos la herramienta hasta que nos hartamos. Así, con el contexto en la palestra, vale la pena de vez en cuando volver a los r

El mundillo circense

Hablemos claro, subirse a un escenario es amar hacer el ridículo. Es, fundamentalmente, amar el exhibicionismo. Que voy a superar con gracia cada trauma anclado en mi memoria, quizá. Pero en el fondo los artistas tenemos esa manía loca de mostrarnos, porque nos gusta mostrarnos. Subirse al escenario es enfrentarse al terror. Es ser una bruja en Salem; es, también, si le gusta lo cristiano, crucificarse. Defiende uno verdades ajenas, mentiras, sobre todo mentiras que volvemos verdaderas. Exagerado... sí. Malpensante, imperativo que lo sea. Por eso los escenarios son elevados, porque son ese altar desde el que nos alimentamos de odas, chiflidos e insultos. Porque sea como sea, los escenarios son para que quienes estemos arriba seamos vistos o mal vistos. Deseados, sobre todo deseados. La palestra de las bajas pasiones quizá. Un altar es un altar, y más si desde el cielo caen cenitales que ennoblecen nuestro espíritu. Uno se hace escritor o docente, pero hay oficios que pasan sob

Empiruetarse con Halfon

Me gusta Eduardo Halfon. Para leerlo, quizá haya que ser un poco hedonista. Que uno tome un avión para buscar a un pianista que quiere ser gitano es el colmo del placer. Un delirio así ha de ser tan mágico como encerrar a cinco jazzistas en un bar lleno de humo y esperar a ver qué pasa… o qué no pasa. Eduardo Halfon es guatemalteco, nació allá por 1971 y después de dejar una carrera de ingeniería se metió en esto de las letras. Entre sus últimos trabajos están Clases de hebreo (2008), Clases de dibujo (2009), El boxeador polaco (2008), Morirse un poco (2009) y La pirueta (2010), preciosamente editado por Pre-textos luego de que ganó el XIV Premio de Novela Corta «José María de Pedrera» en el 2009. La Pirueta inicia con el conflicto bien puesto: «¿Por qué quieres encontrarlo, Dudú?» Y Eduardo empieza a preguntárselo también. Quizá lo movió la ausencia del amigo, quizá lo sedujo la historia de ese tal Milan Rakić que se cansó de ser un músico y quiso volverse artista, pero gi

Consejos grotescos

En la tele salen unas doñas demasiado viejas para ser señoritas y demasiado aporcelanadas para ser momias. Han de estar en su etapa de encurtido, como conservándose para verse mejor o saber mejor... iugg. Claro, no es saber de sapiencia, porque el despilfarro de sabiduría de las doñas en la pantalla es tal que lo invita a una a apagar el televisor y mejor ponerse a llorar. A lo que voy: Están las mujeres esas con su cara de muñecas rusas con depresión y me dicen, nos dicen, que por favor seamos tolerantes. Y ¡plup!, ahí aparece en la parte de abajo de la pantalla el tema del día: Tolerancia y armonía. Entonces la señora con aretes de vedette me dice que tolerar es respetar y aceptar las situaciones como son. Que es muy difícil porque vaya... todos somos distintos. Sí, bien en esa parte. Pero luego agrega que somos las mujeres las que debemos hacer nuestra parte porque nos corresponde la armonía... ¿Que nos corresponde qué...? «La armonía», me repite. Ah, vaya, le digo. «Sí, sí,

Espejismos

Hoy un hombre muy joven me dijo que me extrañó. Qué va... era un muchacho muy hombre el que me dijo que me echaba de menos... No, no. Hoy, un chico muy niño que un día de estos se hará hombre me dijo que había notado mi ausencia. A su nota, escrita en página de cuaderno, le faltaban varias tildes. Pero no importa. No importa. El niño muy hombre dejó en mi escritorio un chocolate.

Adanowsky para regalo

Ya que estamos en el despilfarro de ideas grotescas y serviles en función de que supuestamente no muere el amor de corazones fuscia y promociones al 2×1, hace bien recibir correos electrónicos masivos (por suscripción) en los que incluyen esos regalos a la medida, de esos que ni al más sorprendente enamorado se le hubiera ocurrido. Y sí, tan poco confiamos. Para mí y otros miles más, de parte de El Volcán : Amor sin fin, de Adanowsky. Deprimámonos, por favor.

Perros

Voy a curarme como lo hacen los perros, lamiéndome las heridas. Voy a hincharme de alegría y que mi cuerpo lo grite (cual cola). Voy a revolcarme tantas veces hasta hallar ese punto exacto en el que, luego de dar mil vueltas sobre mí misma, se está a gusto. Feliz. Voy a volverme como un perro para olvidar por fin que me has hecho daño.

Fugaz

Nahomy Dayanara tiene las calcetas sucias y los zapatos llenos de polvo. Las mejillas amelocotonadas no ocultan sus ojeras de herencia, tiene lunares aquí y allá, y en su cola de caballo lleva un hule celeste que amarra su indómito cabello castaño. Nahomy se sienta como se sientan las muchachas mayores, con una pierna cruzada sobre la otra y con el pie colgante en punta. Va en un asiento desvencijado del bus y se agarra fuerte con una mano mientras la otra descansa en su regazo, sobre esa falda cuadriculada. La lonchera de Colas y Bigotes grita su nombre con tinta azul. La oculta de a poco, como si la elección de ese artículo le diera vergüenza ahora y no antes, cuando quizá emocionada la abrazó contra su pecho. A su lado va un hombre. No, no. No es un hombre aún. Es un muchacho fornido, pero aún no es un hombre si de complejidades hablamos. Nahomy lo mira de cuando en cuando (¿se sonríe?), y mueve una de sus manos más allá, cerca de él, cuando el bus hace curvas. En las parada