(Fetiche. (Del fr. fétiche). 1. m. Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos. )
Los objetos y su uso son los que, a menudo, legitiman nuestras acciones y las acciones son una extensión (¿verídica?) de quienes somos.
Demostrar el uso experimentado de tal o cual juguete denota la personalidad de (digamos) algunas personas. Así, el basquetbolista deberá demostrar su pericia para que el balón entre en la cesta. El instalador eléctrico, con su cinturón lleno de herramientas, usa los objetos con tal maestría para que al conectar la cafetera no corramos el riesgo de morir electrocutados. Denominamos a las gentes y sus oficios dependiendo de la actividad que ejecuten. El bombero es que que con una bomba apaga el fuego y blablablá.
Ahora que el ejemplo en cuestión ha sido explicado con claridad, paso el siguiente asunto. El juego, la escena, la farsa.
Los objetos son vitales en la farsa, son un elemento identitario. Una de las soluciones teatrales para indicarle al público (sin explicárselo de una manera tan mediocre como suelen hacer los novelones mexicanos, colombianos y demás) es dotar al personaje de un objeto que lo identifique. Por estereotipo sabemos que la camarera lleva un plumero, que un hombre honorable y de alcurnia usa una pipa o un bastón (en innumerables obras clásicas), sabemos que el malhechor lleva una pistola o similares.
Los aceptamos como reales porque nos gusta que nos mientan, nos encanta estar sometidos a la mentira. Ahora bien, paso al asunto a cuestionar.
Las redes sociales, ese escaparate de cárnicos en el que ya nos inscribimos, dan el chance de mostrar sin demostrar de lo que somos capaces. Las ventanas se plagan ahora de fotografías con humanos que muestran sus objetos (de deseo) que los convierten en otros seres.
¿Se convierte uno en fotógrafo con solo autofotografiarse en un espejo para que vean cómo nos agazapamos tras el lente y cuando mostramos las fotos son como las de cualquier mortal?
¿Se es escritor con tan solo mostrar(nos) en actitudes literarias, léase leyendo un libro?
¿Se convierte uno en actor con tan solo mostrar la foto en la que por veintiúnica vez nos subimos al escenario?
¿Qué de nuestras bocas detrás de los micrófonos y a la salida de la bocinas solo se escuchan berreos?
¿Se es modelo con solo fingir que se posa (y al ver la fotografía una piensa: esta chica no mostró emoción ni nada, ¿estará muerta?)?
¿Se es músico con solo tocar las partituras de lacuerda.net?
¿Se es como Lance Armstrong con solo mostrar una bicicleta?
Pero no todos los objetos tienen el mismo valor. No he visto aún a nadie modelando con una piedra de moler, ni al lado de su comal para echar tortillas, ni tras la escoba con la que limpian la cuneta, ni tras el lavadero, ni tras la piocha...
Nos gusta la fanfarronería, por eso nos construimos tras los objetos contundentes. Cámaras, trajes de baile, plumas, libros, películas, periódicos, instrumentos musicales... libretas, carros...
Sigámonos fotografiando tras los objetos, tras las poses, total, nos gusta esta palestra porque, como en el teatro, todos nos sabemos farsantes (y nos encanta).
La imagen de las herramientas es de vectorizados.com.
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