En el capítulo anterior habíamos hablado de las tales pupusas. Total que sacudimos el polvo de nuestros pies (quizá lodo). Suchitoto acababa de sufrir un baño de diluvio. Mirábamos cómo el agua corría, cual monzón, por las calles. Lo que temíamos era que todo el Festival de Jazz se cancelara.
Mientras el agua se decidía a irse por las cloacas, nos quedamos dando vueltas en el Teatro de las Ruinas. Sin fijarnos mucho en las pinturas, podríamos decir que nada de lo que estaba colgado ahí valía mucho la pena contemplar. Quizá un bodegón bien hecho pero lo demás lo pasamos de largo.
Lo que vale la pena es estar sobre el escenario del teatro de las ruinas. La duela es como debe ser: amplia, con rebote, de madera nada pulida, agreste y con la sensación de que ahí la gente ha perecido en el trabajo. Mientres Mr. B me miraba, salté y probé la duela cuanto pude. Luego de hacer el ridículo, caminamos directo al San Martín.
Nuestro norte estaba un poco atrofiado, así que frente a la Policía preguntamos de lejos a un agente con cara de maleante dónde estaba el parque, y en eso, de la nada, salió un lugareño y nos dijo: Vamos, yo voy para allá... Con algo de pena seguimos al individuo, quien nos empezó a contar y contar historias (raras), pero como ya lo hemos dicho, que no nos gusta mucho la sociabilidad descontrolada, le dimos las gracias por la dirección y salimos hechos unos bólidos en acción de huida. Ninguno de los dos quería adoptar al extraño y platicar con él toda la noche. Somos malvados.
En el parque, sobre la rotonda, estaba el escenario dispuesto. La primer banda en entrar fue Sonajazz. Batería, guitarra, bajo, pianos y con el agregado de flauta transversal, que lo vuelve diferente, como dirán algunos: más dulce. Tocaron un par de estándares y temas propios; y gracias a ellos volví a escuchar Blue Bossa luego de un par de años. Salvo afinados entre canción y canción, estuvieron bien. Cerraron con una canción propia llamada Merliot City, que hace alegoría a una ciudad de ese nombre, aunque, como yo viví largo rato en ese lugar, no sé si los sonidos cosmopolitas que la banda usó son los mejores para describirla. Porque si hicieran una película con ciudad Merliot de fondo y con Merliot City de banda sonora... ummm no sé, ¿puede un sitio de clase media sonar a ciudad industrializada? En fin. Por último, que no es un demérito sino un adjetivo, Mr. B y yo insisitimos en que la batería de la banda sonaba muy a The Doors, mucha caja profunda, no era tan jazzero, pero igual, para nosotros funcionó bien.
Los segundos en subirse fueron Brujo. A estos ya los tengo más medidos porque los he visto en numerosas ocasiones, con todos los músicos habidos y por haber. Para ilustrar el caso rememoro las palabras de aquel maestro de música con el que comparto cervezas de vez en vez: "Es que los músicos somos un poco promiscuos... tocamos con medio mundo". Y es cierto. Pero de entre todo el desorden musical, Brujo se es fiel a sí mismo.
En mi opinión, Brujo tiene la enorme ventaja de servirse de la diversidad y la maestría de la que sus elementos hacen gala. Saxofón, bajo, guitarra, batería (esta vez mucho más jazzera que la anterior, basada más en ritmos africanos que en rocanroleros, como diría Mr. B), y el piano que nos deslizan desde Miles Davis hasta el mismísimo Brujo... Lo de esta vez fue distinto, invitaron a una solista que cantó de lo más bien. Como emulando a Rosalia de Souza, aunque quizá su detractor era ella misma, porque su dulcísima voz era en ocasiones monótona, casi no había juego en sus registros, pero de todos modos nos gustó y le aplaudimos.
Lo de este concierto fue muy superior en calidad. Lo que verán es un festival del año pasado en Santa Tecla, pero no está de más para que conozcan a la banda:
Luego de Brujo (que ya sumaba dos horas de jazz), y como ya el cuerpo merecía levantarse de la banca de cemento que habíamos vuelto cómoda a fuerza de forrarla con las toallas del hostal en el que nos quedamos, dimos una vuelta.
El siguiente que se subió no tenía nada que ver con jazz, pero no molestó. Lo de ellos (Proyécto acústico y Las tres ramas del árbol) era más experimental. Uno con guitarras delirantes y oscuras, el otro, más guapacho, a lo latin jazz, o eso creemos. Nosotros nos perdimos en la noche, y mientras caminábamos, las calles se cubrían de swing.
(Por todo esto no fui a lo de Calle 13. De música urbana no entiendo mucho y no me apetece ser versada en el asunto. Aunque sí me parece memorable el acto y precisamente por eso le agradezco a Virginia, ya que me hubiera encantado mirar cómo en el estadio le caían botellazos al ministro de Educación y a su séquito de políticos que creen que el circo es suficiente para que el pueblo vote por ellos. De lo que deben darse cuenta los políticos es de que no deben andar carnavaleando en lugar de hacer buenos programas de nación... aunque el cumbión pone alegre a cualquiera, pero eso no quita el hambre y no da trabajo, salvo a las estrellitas invitadas.)
Para despedirme les dejo algo de jazz a lo latino.
PD: lo que el jazz nacional nos debe son más solitas mujeres. Dejo acá un par de mis favoritas: Melody Gardot y Esperanza Spalding (además de las clásicas, ya sabrán ustedes).
Mientras el agua se decidía a irse por las cloacas, nos quedamos dando vueltas en el Teatro de las Ruinas. Sin fijarnos mucho en las pinturas, podríamos decir que nada de lo que estaba colgado ahí valía mucho la pena contemplar. Quizá un bodegón bien hecho pero lo demás lo pasamos de largo.
Lo que vale la pena es estar sobre el escenario del teatro de las ruinas. La duela es como debe ser: amplia, con rebote, de madera nada pulida, agreste y con la sensación de que ahí la gente ha perecido en el trabajo. Mientres Mr. B me miraba, salté y probé la duela cuanto pude. Luego de hacer el ridículo, caminamos directo al San Martín.
Nuestro norte estaba un poco atrofiado, así que frente a la Policía preguntamos de lejos a un agente con cara de maleante dónde estaba el parque, y en eso, de la nada, salió un lugareño y nos dijo: Vamos, yo voy para allá... Con algo de pena seguimos al individuo, quien nos empezó a contar y contar historias (raras), pero como ya lo hemos dicho, que no nos gusta mucho la sociabilidad descontrolada, le dimos las gracias por la dirección y salimos hechos unos bólidos en acción de huida. Ninguno de los dos quería adoptar al extraño y platicar con él toda la noche. Somos malvados.
En el parque, sobre la rotonda, estaba el escenario dispuesto. La primer banda en entrar fue Sonajazz. Batería, guitarra, bajo, pianos y con el agregado de flauta transversal, que lo vuelve diferente, como dirán algunos: más dulce. Tocaron un par de estándares y temas propios; y gracias a ellos volví a escuchar Blue Bossa luego de un par de años. Salvo afinados entre canción y canción, estuvieron bien. Cerraron con una canción propia llamada Merliot City, que hace alegoría a una ciudad de ese nombre, aunque, como yo viví largo rato en ese lugar, no sé si los sonidos cosmopolitas que la banda usó son los mejores para describirla. Porque si hicieran una película con ciudad Merliot de fondo y con Merliot City de banda sonora... ummm no sé, ¿puede un sitio de clase media sonar a ciudad industrializada? En fin. Por último, que no es un demérito sino un adjetivo, Mr. B y yo insisitimos en que la batería de la banda sonaba muy a The Doors, mucha caja profunda, no era tan jazzero, pero igual, para nosotros funcionó bien.
Los segundos en subirse fueron Brujo. A estos ya los tengo más medidos porque los he visto en numerosas ocasiones, con todos los músicos habidos y por haber. Para ilustrar el caso rememoro las palabras de aquel maestro de música con el que comparto cervezas de vez en vez: "Es que los músicos somos un poco promiscuos... tocamos con medio mundo". Y es cierto. Pero de entre todo el desorden musical, Brujo se es fiel a sí mismo.
En mi opinión, Brujo tiene la enorme ventaja de servirse de la diversidad y la maestría de la que sus elementos hacen gala. Saxofón, bajo, guitarra, batería (esta vez mucho más jazzera que la anterior, basada más en ritmos africanos que en rocanroleros, como diría Mr. B), y el piano que nos deslizan desde Miles Davis hasta el mismísimo Brujo... Lo de esta vez fue distinto, invitaron a una solista que cantó de lo más bien. Como emulando a Rosalia de Souza, aunque quizá su detractor era ella misma, porque su dulcísima voz era en ocasiones monótona, casi no había juego en sus registros, pero de todos modos nos gustó y le aplaudimos.
Lo de este concierto fue muy superior en calidad. Lo que verán es un festival del año pasado en Santa Tecla, pero no está de más para que conozcan a la banda:
Luego de Brujo (que ya sumaba dos horas de jazz), y como ya el cuerpo merecía levantarse de la banca de cemento que habíamos vuelto cómoda a fuerza de forrarla con las toallas del hostal en el que nos quedamos, dimos una vuelta.
El siguiente que se subió no tenía nada que ver con jazz, pero no molestó. Lo de ellos (Proyécto acústico y Las tres ramas del árbol) era más experimental. Uno con guitarras delirantes y oscuras, el otro, más guapacho, a lo latin jazz, o eso creemos. Nosotros nos perdimos en la noche, y mientras caminábamos, las calles se cubrían de swing.
(Por todo esto no fui a lo de Calle 13. De música urbana no entiendo mucho y no me apetece ser versada en el asunto. Aunque sí me parece memorable el acto y precisamente por eso le agradezco a Virginia, ya que me hubiera encantado mirar cómo en el estadio le caían botellazos al ministro de Educación y a su séquito de políticos que creen que el circo es suficiente para que el pueblo vote por ellos. De lo que deben darse cuenta los políticos es de que no deben andar carnavaleando en lugar de hacer buenos programas de nación... aunque el cumbión pone alegre a cualquiera, pero eso no quita el hambre y no da trabajo, salvo a las estrellitas invitadas.)
Para despedirme les dejo algo de jazz a lo latino.
PD: lo que el jazz nacional nos debe son más solitas mujeres. Dejo acá un par de mis favoritas: Melody Gardot y Esperanza Spalding (además de las clásicas, ya sabrán ustedes).
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