Anoche gocé y también lloré. Estuve rememorando esa vida que a mí, que me sigo llamando actriz, se me va a veces de las manos. Estuve viendo Paseando con Moliére (Alceste à bicyclette), del director Phillippe Le Guay. La peli va de un actor famoso que va a una isla olvidada a pedirle a su amigo, un actor que ha dejado de serlo, a que se una en el montaje de El misántropo, de Moliére. Eduardo Morlán explica de maravilla la trama, los conflictos y el ir y venir en la película.
Para mí lo más genial del filme es cuando el amigo ermitaño -Serge, el de la isla- le pide a su amigo, el actor famoso Gauthier, que se quede a ensayar para "ver si se anima" a participar en el proyecto. Gauthier ganó fama al hacer un personaje el Dr. Morage, muy parecido a Dr. House en lo antisistema (paréntesis: yo juro por las palomitas de maíz que me atraganté anoche que se están burlando estos franceses jojojo). Serge lo dice claro: vamos a ensayar, improvisar.
Ensayar. Ensayar.
Eso es lo maravilloso. Empiezan a recitarse entre sí las líneas de Moliére. Se dicen uno al otro esos alejandrinos. Para un actor y actriz ahí es donde inicia el acto mágico del teatro. La magia no solo son las luces y los trajes hermosos. La película basa su fuerza en la reproducción del ensayo, en esa actividad íntima que los actores hacemos. Porque cuando se ensaya se está dispuesto a morir en esa construcción del personaje. Porque cuando esa palabra deja de estar en el guion y el actor se la apropia se convierte en vida. Algo así como y el verbo se hizo carne y esta acción. La sangre, el amor y el placer fluyen. Palabras ajenas que se hacen propias... una vida prestada. Eso es actuar.
Durante los ensayos Serge y Gauthier se intercambian los papeles. El actor famosito quiere seguirlo siendo y presiona para encarnar Alceste y luego convence a Serge para que se alternen los papeles. Por su lado Serge presiona a que todo se haga bien, palabras exactas, entonación adecuada... (sí, esa chingadera que tenemos a veces).
Quizá lo más conmovedor de la película es revelar ese mundo interno que -creo yo- nadie quiere ver. ¿Y a quién le importa cómo es que se pronuncia tal línea? ¿Si me equivoco en tal parte del guion? ¡Pues a nosotros! Porque cuando un actor se equivoca en una línea y la olvida, con esa palabra vacía se cae un mundo. La verosimilitud se fue al carajo.
La palabra: ahí reside la esencia de la actuación. Es un guiño que me invita a: gritar, llorar, amar, saltar, matar, liberar, correr, acunar, marchar... actuar.
Durante la película, Serge, totalmente identificado y encarnando a Alceste, repite estas palabras cuando está en una reunión en la que menciona sus condiciones para por fin actuar:
“La era en que vivimos es tan perversa, que debo evitar la compañía de los hombres. El dolor es radicalmente extremo para ser soportado. Desapareceré de este lugar salvaje y asesino, puesto que entre la humanidad se vive como si estuviéramos entre lobos”.
¿Al final Serge actúa en la película? ¿Quién de los dos será el protagonista? El final que proponen estos franceses es genial. Este se ancla en la devoción por el ensayo, en la repetición continua de las palabras que otro ha escrito para que otro actúe según la dirección de algún otro. Muchos "otros" involucrados, ¿no? Es un final rotundo. Clarísimo. Bello.
El olvido de una línea... La fantasía se ha destruido.
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