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¡Tiren de la cortina! ¡Viene la fantasía!

Entra la luz matinal a través de las ventanas de casa. Un niño de cabello negro me pregunta qué cuántos años tengo. Recuerdo que le dije que 4. Ese mismo niño y yo estamos en la habitación de mamá y papá y en la ventana entra de nuevo ese sol que tira pelotitas diminutas. Los dos pensábamos que eran animalitos, que era el sol que nos caía encima de a poco. Es polvo, dijo mi abuela. ¡Pero qué lindo es el polvo, mama Cata! ¡Cómo se arremolina! Mire, mire... y se alborotaba todo en ese diminuto rayo que caía en el colchón.

Es que mi cuarto es muy oscuro, le dije un día a mamá. Entonces se me ocurrió que si ponía un espejo allá donde caía en la tarde entonces rebotaría para mi cuarto y lo llenaría de claridad. Porque nunca podía hallar los calcetines.

El niño de pelo negro es mi hermano y ahora está lejos. Con él nos subíamos al techo, a mirar el volcán, porque desde ahí podíamos verlo todo, completito. Cuando llegaba la zafra y caía el tile decíamos que eran fantasmas negros y luchábamos por atraparlos. Hubo una época en la que aparecía una especie de avispas amables y nosotros las bautizamos como terengas. Es que eran algo pasmadas, volaban como que no sabían a dónde y nosotros las matábamos a chancletazos. Éramos malos también.

Entonces, en aquellos días, la sala era una ciudad. El nacimiento que construíamos para Navidad era un valle entero y nuestra perrita Muñeca era la reina de un festival. Ciudades inventadas y tan efímeras como aquellas tardes en las que solíamos dormir en el piso, al paso del trapeador, y no nos levantábamos hasta que era bien tarde que el sol no pudiera secar las toallas que me habían encargado tender.

Los niños de la calle gritan, les caen vejigas llenas con agua. Las vecinas se carcajean... Los tacones de mamá vuelven y a veces me asustan (es que fui malvada por algún tiempo y la desobediencia me gustaba bastante). Los zapatos de papá con un brillo enorme a fuerza de pasar un paño. El olor a pintura de una casa que es bien mía y bien de ellos en la que crecí y me convertí en esto que soy ahora. La risa de mi padre y su diente de plata. Los mil peinados de mi madre como el experimento de sí misma y las revistas de corte de cabello que recomendaba... la niñez... la fantasía ida.

No. La fantasía no se ha ido. La fantasía sigue aquí, en la vida que se quedó allá y que rememoro. La fantasía es una dimensión del alma, no un estado temporal que se acaba cuando emiten un carné de identidad con el que puedes elegir a los menos bestias. La fantasía es sentarse con el hombre que amas (y que adoras su trabajo) y ver una película de ratones y osos. La fantasía es leer y entregarse a un libro que trata sobre una niña que ve huir un unicornio. La fantasía es un estado permanente del alma que busca crear sobre la cotidianidad, que recrea y que imagina. No solo es la facultad, creo que es también un oficio elegido, que se trabaja.

Fantasía es jugar con un niño de ocho años -casi nueve- y soñar con que si sigues sus indicaciones vas a aprender a nadar, a dejar de tener un miedo terrible a morir ahogada mientras él da volteretas en el agua. Y no se ahoga, el niñito chiquitito no se ahoga.

 La fantasía es, en resumen, la vida y el recurso más preciado de la imaginación... Esa que se va en los trabajos de ocho a cinco y de la que nos advertía Momo. Los hombres grises no han podido de nuevo. Y no van a poder porque tengo bien protegidas mis flores horarias.

Por eso, por la maravillosa función de la literatura, la animación y la creación, me entrego de nuevo a la fantasía... a evadir esto que está aquí y ahí y nos hace preocuparnos. Me preparo -y lo he estado haciendo todo este tiempo- para recrear a una niña que deja ir a su padre a un viaje exótico. Me preparo (nos preparamos, porque somos un colectivo de dos o tres) para repensar en sus palabras y maromas...

Hoy que vuelva a casa recordaré que el jardín no es un jardín sino una jungla en la que se pierden los soldados de plástico. Pensaré en que los peluches no lo son, sino que son seres que hablan y tienen sus discursos... Y de los que hicieron una película... varias... Que la hamaca es un barco... Que la sábana azul es el océano... Que el chirrido de la puerta es un fantasma... Que... ¡Tiren la cortina! ¡Que ya viene la fantasía!


PD: ¡Que ya viene Tamborina, señores! Ya con Ricardo estamos hilvanando todo lo que esperamos, soñamos y fantaseamos les hará soñar, anhelar y fantasear también. A que sueñan con nosotros... ¡Nos vemos en el teatro!

Ilustración: Ricardo Barahona.

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