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La comunidad

Arte de Sonia Lazo (disponible y en venta
en: https://www.behance.net/sonialalazo)
El frufrú de las faltas apaletonadas resonaba en aquel pasillo que más bien era una gruta. Éramos todas nosotras, las niñas, las chicas... nunca las mujeres. Por aquel entonces llevábamos zapatos negros de tira, chatos del frente. Éramos una comunidad... o no. No, más bien éramos grupúsculos o quizá tribus. Sí, eso, tribus que quieren matarse unas a otras.

¿Por qué nos peleamos las mujeres? ¿Por el macho?

Hace veinte años nos peleábamos por Christian o por Douglas o por Luis "Mandarina". Éramos el plato de botanas de estos muchachos engreídos. Éramos pasabocas... Éramos...

Hace tanto las tetitas eran un asomo. Eran limoncitos que nunca nos gustó mostrar. ¿O sí? Nuestras nalgas eran eso extraño que a los albañiles de la esquina les gustaba mirar, a los cobradores de los buses tocar y a los amigos de nuestros hermanos pellizcar. Ellos, los chicos, nos gritaban cosas. Les decían a nuestros hermanos "cuñados" y nosotras, por dentro, nos engalanábamos... O vomitábamos. Todo en silencio.

Y luego vino el sexo, vino ser puta, ser regalada, ser mojigata y pendeja... ¿Acaso nada está bien?

-Hola, mi amor, ¿una cerveza?

Y vino luego quitarle el padre a los hijos a la otra, a mi amiga, mi hermana, mi colega. Vino el desatino, vinieron esas ganas locas de ser la mujer más mujer porque tenemos tetas y culo durísimos a punta de gym para tongonearnos. Y vos nos sos suficiente para él. Somos...

¿Y si de pronto nos quisiéramos? ¿Y si de pronto dejáramos a la otra en paz, tranquila?

¿Y si advirtiéramos que el otro solo quiere meterse entre nuestras piernas? ¿Y si pudiéramos decirle a ella, a ella... a esa nena que no caiga, que se cuide?

¿Y si cuando tengamos un nene le dijéramos: Yo también fui una niña, como ella, y no, no está bien tocarle las nalgas?

Y si...

Nadie nos enseñó que debíamos querernos. Nadie nunca nos dijo que debíamos amarnos. Ni en ese colegio católico que pregona el amor. En cambio, me enseñaron, nos enseñaron, que la muchachita pálida que todo lo hacía bien era la perfecta. Nos enseñaron a odiarla y por eso nosotras, las putas, tontas y bestias, nunca la quisimos.

Nadie nos mostró cómo se hace una comunidad. Nadie. ¿Cómo se construye una?

Hoy, tan tarde, estoy aprendiendo, estoy atando nudos que me unen de vientre a vientre con otras. Con esas que entienden que para crecer hay que amar, escuchar.

Tarde estoy comprendiendo que ella lo que quiere es competir. Que sus bromas sobre mi vida es que no le gusto como estoy. ¿Por qué tengo que justificar mis cambios? ¿Por qué no te alegras por mi vida llevadera? ¿Por qué tanta mezquindad?

He hecho eso también. He sido cruel. También me han odiado. No, jamás seré una mujer de voluntad firme y determinada, no, yo siempre seré la histérica que se queja. Una vieja enojada y amargada. Eso dicen ellos de mí... y ellas también. No. Yo no soy eso. Soy una mujer que tiene clara la idea de hacia dónde quiere que vaya su camino. Soy ese torbellino que mi padre amó, que mi madre forjó y que mis hermanos aman y entienden. Soy esas palabras de vocales abiertas y atronadoras que mis amigas pronuncian con tesón.

Sin embargo, ellos y otras ellas nos quieren en islas. Les conviene.

Pero no. Hay un camino diferente. Y en esa vereda encuentro a las que ahora son mis hermanas, las que son cómplices, las que sin miedo me dicen mis errores, las que me permiten crecer.

¿Y si de pronto descubriéramos el poder que podemos ejercer si tan solo nos amásemos?

Una comunidad... hay que construir una comunidad.

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