He de confesar que no es ninguna sorpresa que el Talón de Aquiles de mi clase sea la falta de comprensión lectora, sobre todo en textos que exigen ponerse en situación y evaluar nuestra realidad. A mi colega María Tenorio se le ocurrió la idea de que leyéramos el libro Ansiedad por el estatus (De Botton); así que lo estamos desentrañando. Es un libro entretenido y propicio para pensar: nos hace conscientes de cuán vulnerables somos y explica en cierto modo, con datos históricos, por qué estamos tan jodidos como estamos.
Como mis cachorros tienen evaluación de dos capítulos, voy a hacer el mismo ejercicio que ellos tendrán en su examen parcial. Ahí les va un textito que pasará por comprensión lectora y análisis de nivel básico para orientarles (texto de 4 párrafos, unas 500 palabras).
Ansiedad por el estatus: ¿de dónde viene mi autoestima?
El capítulo III del libro, Las expectativas, sobre todo el apartado titulado Igualdad, expectativas y envidia, se centra en explicar, en palabras del psicólogo Williams James (Nueva York, 1842), qué es la autoestima. Con una ecuación, el especialista dice que mi autoestima será igual a mi éxito dividido entre mis pretenciones. Es decir, si tengo muchas más pretenciones y no las consigo, mi éxito se verá afectado y, en cosecuencia, mi autoestima. Asediado por su propia inseguridad, me parace que a James le persiguió toda su vida la necesidad de huir de la humillación.
Ahora pensemos, ¿la idea de James sigue vigente? ¿Siempre estamos midiendo nuestra valía por medio de los éxitos? ¿Qué se supone que es el éxito? ¿Quiénes o qué imponen esas expectativas tan aterradoras? Creo que sí. En sociedad, sí suelen volverse más fuertes unas ideas que otras. Por ejemplo, no importa qué tantas especialidades tenga en mi carrera, jamás voy a ser tan valiosa como se le considera a una ingeniera. Mejor dicho, a un ingeniero, hombre, soltero y con maestría. Eso tiene que ver con que en esta sociedad valora más todos los adjetivos y datos demográficos que mencioné antes. ¿Eso ha roto mi confianza? Afortunadamente, no siempre.
¿Cuándo desentrañé esa idea? Quizá fue esa vez en la que me contrataron para impartir una capacitación de Redacción a... Sí, un grupo de ingenieros hombres con maestría. La incapacidad de estos para hacer un correo electrónico breve, eficiente y correcto me dejó pasmada. Así como a ellos les sorprendería mi nulo interés y conocimiento sobre ecuaciones. ¿Qué lección saco de esto? Mi autoestima debe estarse calibrando constantemente, no puedo medir quién soy por la idea de éxito de una sociedad y Estado que poco han hecho para desarrolle todas mis capacidades lingüísticas, artísticas y personales. Y como dice el anuncio, ¿los límites solo los pongo yo?
La idea de éxito debe mutar, debe negociarse constantemente. ¿Es posible que todas las personas se conviertan en doctores, abogadas o profesionales? Es absolutamente imposible. Por un lado, porque en su conjunto nos necesitamos unos a otros. Creo que en una oficina se siente mucho más la ausencia de doña Marinita, la que hace limpieza y prepara el café, que la del prestigioso gerente de márketing. Además, ¿tenemos todos las mismas oportunidades? ¿Todos podemos acceder a una educación primium? Es decir, mis expectativas de éxito deben tomar en cuenta el contexto en el que me muevo. (Trataos con cariño, a algunos nos cuesta más conseguir las metas).
Digámoslo de otro modo: la idea capitalista del éxito-autoestima es una barbarie para una sociedad profundamente desigual. A eso, agreguémosle los sesgos patriarcales. ¿Cuándo el éxito de las mujeres va a ser medido de igual modo que el de los hombres?, eso por decir algo. Pero volvamos a la idea central: ¿de dónde viene mi autoestima? Quizá esté en proceso de explorar ese origen, pero seguramente no la voy a construir con la idea, ya obsoleta (o al menos eso quisiera), de James. No solo soy mis éxitos, no solo soy "sus" expectativas.
Comentarios