Poco he escrito sobre mi madre, una sombra que ni yo misma reconozco en mí misma, pero está. Siempre está. De esa sombra no me pavoneo, si no que vivo; y más aunténticamente de la que huyo.
Mamá es peinadora, pero antes de ser peinadora fue infinidad de cosas. Cosas que no dice, que poco cuenta, que da gusto oír, como hoy.
Luego de una sopa cargada y tortilla despenicada en ella (como comen los pericos dirán los snob), mi madré contó que trabajó en las tabacaleras, que bajaba de una loma y llegaba hasta la casa del señor que tenía los terrenos llenos de plantas de tabaco.
Mi madre siempre dijo que fumar era malo. Condenó terriblemente el pasado de un primogénito fumador, hoy es un nuevo hijo -como dicen en los retiros espirituales-, y yo siempre le creí que era dañino.
No fumo por elección. Me sobran los expendios. Soy fumadora pasiva; odio que el cabello me huela a cigarrillo, y más aún detesto terriblemente que mi ropa quede infestada a tabaco. Sin embargo amo a los fumadores, tan resueltos ellos con su cigarro en la mano, en el labio. Hermosos ellos.
Mamá trabajó en las tabacaleras y yo no lo sabía. Eso cambia mucho. Cambia todo. Veo a una chiquilla de pelo negro acurrucada con su vieja eligiendo las hojas más hermosoas. Aprendiendo que las de más abajo son las de menor calidad, llamadas las número cinco.
Mi madre hace un ademán y nos muestra a los hijos cómo son de grandes las hojas de la planta de tabaco. Nos dice que las de más arriba son las de mayor calidad. Se ríe y nos cuenta que el dueño era un hombre agradecido que al final de la temporada llevaba de paseo a sus empleados. Con un halo de tristeza y frustración comenta que ella no fue nunca a una de esas vueltas, como le dice. Era ya época de escuela, aclara. El tío Jorge sí fue.
El tío que mataron hace años sí llegó a las últimas consecuencias del trabajo con el tabaco. Está muerto, y justo hoy tengo la terrible necesidad de que me cuente su historia.
Mi madre sigue ahí. Un día de estos nos vamos a sentar serias, no, serias no. Despreocupadas, al borde de la tontería para que me cuente más.
Hoy sé que mi madre trabajó en las tabacaleras antes de ser peinadora, antes de ser madre, de ser novia, antes de ser todo. Y es hermoso imaginar su juventud juguetona metida debajo de una planta de tabaco.
*
Mamá es peinadora, pero antes de ser peinadora fue infinidad de cosas. Cosas que no dice, que poco cuenta, que da gusto oír, como hoy.
Luego de una sopa cargada y tortilla despenicada en ella (como comen los pericos dirán los snob), mi madré contó que trabajó en las tabacaleras, que bajaba de una loma y llegaba hasta la casa del señor que tenía los terrenos llenos de plantas de tabaco.
Mi madre siempre dijo que fumar era malo. Condenó terriblemente el pasado de un primogénito fumador, hoy es un nuevo hijo -como dicen en los retiros espirituales-, y yo siempre le creí que era dañino.
No fumo por elección. Me sobran los expendios. Soy fumadora pasiva; odio que el cabello me huela a cigarrillo, y más aún detesto terriblemente que mi ropa quede infestada a tabaco. Sin embargo amo a los fumadores, tan resueltos ellos con su cigarro en la mano, en el labio. Hermosos ellos.
Mamá trabajó en las tabacaleras y yo no lo sabía. Eso cambia mucho. Cambia todo. Veo a una chiquilla de pelo negro acurrucada con su vieja eligiendo las hojas más hermosoas. Aprendiendo que las de más abajo son las de menor calidad, llamadas las número cinco.
Mi madre hace un ademán y nos muestra a los hijos cómo son de grandes las hojas de la planta de tabaco. Nos dice que las de más arriba son las de mayor calidad. Se ríe y nos cuenta que el dueño era un hombre agradecido que al final de la temporada llevaba de paseo a sus empleados. Con un halo de tristeza y frustración comenta que ella no fue nunca a una de esas vueltas, como le dice. Era ya época de escuela, aclara. El tío Jorge sí fue.
El tío que mataron hace años sí llegó a las últimas consecuencias del trabajo con el tabaco. Está muerto, y justo hoy tengo la terrible necesidad de que me cuente su historia.
Mi madre sigue ahí. Un día de estos nos vamos a sentar serias, no, serias no. Despreocupadas, al borde de la tontería para que me cuente más.
Hoy sé que mi madre trabajó en las tabacaleras antes de ser peinadora, antes de ser madre, de ser novia, antes de ser todo. Y es hermoso imaginar su juventud juguetona metida debajo de una planta de tabaco.
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Comentarios
Saludos, Lore!
y feliz semana.