Imaginemos una calle en la que transitan gentes presurosas. Es la peatonal del Centro Histórico de San Salvador. Por cada gente que camina ─imaginemos─ sale un hilito de la cabeza que se eleva hasta el más allá, más acá, donde usted quiera. Fíjese bien, los hilos se entrelazan mientras la gente sigue caminando, corriendo. Cada hilachada se tropieza con otra y otra que halla a su paso: forman una red. Ahora saquemos una lupa, acerquémonos. Esa red está alimentada por palabras, suspiros, imágenes, canciones, recuerdos, gritos, silencios.
No, no nos distraigamos: ¿acaso no es fantástica toda esa amalgama?
Las redes sujetan, atrapan, contienen. Nos sujetan a los otros. Los tejidos serán más o menos densos, más largos, con más entramado, con sus trucos, con pasajes secretos, quizá otros sean oscuros y otros más luminosos. Entrelazados todos.
Somos eso, una incontenible red de sentido. Caótico. Brutal. Hay multitud de interpretaciones como intérpretes tiene el mundo, dijo Charles Peirce en su semiosis infinita. Todos tenemos diversas interpretaciones de la realidad. ¿Se anima a explorarlas?
La Real Academia define “diversidad” como una “variedad, desemejanza, diferencia”; también agrega: “abundancia, gran cantidad de varias cosas distintas”. Dis-tin-to. Esa es la clave: que sean distintos tejidos. Como los hilos que imaginamos cuando vimos ese mar de gente.
¿Qué tendría de espectacular un mundo parco y uniforme? ¿Cuál es el mérito de crear patrones? Todos tenemos un hilito por ahí, eso que queremos decir. Nuestra opinión.
Los que escribimos amamos las bibliotecas y librerías, supongo que es una ley natural. A veces, el vértigo nos atrapa ─con tanto libro bonito y sus títulos espectaculares─ y tenemos la sensación de que ya no hay qué decir, que no vale la pena escribir ni un “mu” más.
¿Para qué molestarnos en alimentar el mundo con palabrerías si ya todo está echado, ahora más que nunca, con tanta red social, con tanto tuiteo? Era de la información le llaman. ¿Acaso vale la pena compartir nuestras palabras?, me pregunto frente a esos tremendos libros con empastado grueso, frente a los clásicos, frente a tanto best seller (y tanto blog también).
“Ya para qué ─contestan algunos─, mírennos, somos los dueños de los estantes. Estamos en el escaparate. No hay más que decir.” Y les creemos. Esa sombra nos cobija, nos calla. “Deje de escribir, hablar, gritar y berrear. Todo está dicho. Recuerde: ‘Y todos fueron felices para siempre’. Finito.” ¿Será cierto?
No, no, no. Esto no se acaba. Permítanme disentir. No todo está dicho, señores y damas que llenan los estantes, escaparates, periódicos y páginas web. Falta nuestra interpretación.
Sí, los mortales dejaremos la comodidad. Llenos de placer y júbilo, nos molestaremos (para ser incómodos) en contar nuestra parte. Sí, nuestra manera de ver el mundo. “Escriban su versión”, nos dijo Berta Hiriart, una dramaturga mexicana que hace unas semanas vino a enseñarnos qué era eso de construir relatos. “Narremos nuestras historias”, sentenció.
Detalles vitales de bolsillo: escuchar (y tolerar). Yo tolero, usted tolera, ellos toleran y nosotros toleramos. Querámoslo o no, si hablamos, los demás también pueden hacerlo y no siempre nos agradan sus palabras. Según la RAE, Tolerar: “Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.
Hablemos y escuchémonos. Si nos callamos, el mundo solo se sostiene por las redes de aquellos que sí sueltan palabra. Nada está dicho en su totalidad. Falta nuestra versión. Porque el que grita en el desierto, aunque nadie lo escuche, pues sí gritó.
Desde la coronilla de nuestras cabezas emerge un hilo. ¿Usted lo ve? Vamos, fíjese bien… ¡Ahí está! ¿Platicamos?
*Publicado por primera vez en ContrACultura, en aquí.
No, no nos distraigamos: ¿acaso no es fantástica toda esa amalgama?
Las redes sujetan, atrapan, contienen. Nos sujetan a los otros. Los tejidos serán más o menos densos, más largos, con más entramado, con sus trucos, con pasajes secretos, quizá otros sean oscuros y otros más luminosos. Entrelazados todos.
Somos eso, una incontenible red de sentido. Caótico. Brutal. Hay multitud de interpretaciones como intérpretes tiene el mundo, dijo Charles Peirce en su semiosis infinita. Todos tenemos diversas interpretaciones de la realidad. ¿Se anima a explorarlas?
La Real Academia define “diversidad” como una “variedad, desemejanza, diferencia”; también agrega: “abundancia, gran cantidad de varias cosas distintas”. Dis-tin-to. Esa es la clave: que sean distintos tejidos. Como los hilos que imaginamos cuando vimos ese mar de gente.
¿Qué tendría de espectacular un mundo parco y uniforme? ¿Cuál es el mérito de crear patrones? Todos tenemos un hilito por ahí, eso que queremos decir. Nuestra opinión.
Los que escribimos amamos las bibliotecas y librerías, supongo que es una ley natural. A veces, el vértigo nos atrapa ─con tanto libro bonito y sus títulos espectaculares─ y tenemos la sensación de que ya no hay qué decir, que no vale la pena escribir ni un “mu” más.
¿Para qué molestarnos en alimentar el mundo con palabrerías si ya todo está echado, ahora más que nunca, con tanta red social, con tanto tuiteo? Era de la información le llaman. ¿Acaso vale la pena compartir nuestras palabras?, me pregunto frente a esos tremendos libros con empastado grueso, frente a los clásicos, frente a tanto best seller (y tanto blog también).
“Ya para qué ─contestan algunos─, mírennos, somos los dueños de los estantes. Estamos en el escaparate. No hay más que decir.” Y les creemos. Esa sombra nos cobija, nos calla. “Deje de escribir, hablar, gritar y berrear. Todo está dicho. Recuerde: ‘Y todos fueron felices para siempre’. Finito.” ¿Será cierto?
No, no, no. Esto no se acaba. Permítanme disentir. No todo está dicho, señores y damas que llenan los estantes, escaparates, periódicos y páginas web. Falta nuestra interpretación.
Sí, los mortales dejaremos la comodidad. Llenos de placer y júbilo, nos molestaremos (para ser incómodos) en contar nuestra parte. Sí, nuestra manera de ver el mundo. “Escriban su versión”, nos dijo Berta Hiriart, una dramaturga mexicana que hace unas semanas vino a enseñarnos qué era eso de construir relatos. “Narremos nuestras historias”, sentenció.
Detalles vitales de bolsillo: escuchar (y tolerar). Yo tolero, usted tolera, ellos toleran y nosotros toleramos. Querámoslo o no, si hablamos, los demás también pueden hacerlo y no siempre nos agradan sus palabras. Según la RAE, Tolerar: “Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.
Hablemos y escuchémonos. Si nos callamos, el mundo solo se sostiene por las redes de aquellos que sí sueltan palabra. Nada está dicho en su totalidad. Falta nuestra versión. Porque el que grita en el desierto, aunque nadie lo escuche, pues sí gritó.
Desde la coronilla de nuestras cabezas emerge un hilo. ¿Usted lo ve? Vamos, fíjese bien… ¡Ahí está! ¿Platicamos?
*Publicado por primera vez en ContrACultura, en aquí.
Comentarios
Saludos
Víctor
Sin embargo, no sé si quebranto tu concepto de "tolerancia" al considerar que la intolerancia (en el sentido de no poderse callar ante lo que nos indigna) es también permisible. Es decir, si, por ejemplo, leo una columna de Julia Regina de Cardenal o de Luis Fernádez Cuervo, o de la Kalena de Velado, me tendría yo que callar y evitar los comentarios ad hominem, sólo para no rebajarme al nivel de tales personas en cuanto a tratar de descalificar a sus críticos y contraopinantes (neologismo que me vas a disculpar).
De hecho, a veces la "moderación", en mi modesta opinión, es un signo que distingue a los pusilánimes, a los serviles y demás sujetos, quienes son, con su falta de posición definida, personas que caen en el término de "hablador" o "llamador de atención"; es decir, gente que nada aporta más que cadenas de letritas al ciberespacio, jodiéndonos con sus escritos las búsquedas de artículos relevantes. Y como el derecho de hablar que me proporciona tu artículo me lo permite, haré referencia sobre todo a los "poetas modernos", que son muy cultos, pero no me sacan ni un hexámetro en griego. Y te lo menciono porque, como dijo alguien por ahí: "Hay que conocer las reglas antes de atrevernos a quebrantarlas y presentarlas como cosas originales".
En fin, te felicito por este artículo, Lorena Augusta, y si me permitís reproducirlo y traducirlo (con sus correspondientes copyrights, claro) te lo voy a agradecer.
A tu salud, queridísima amiga, y perdoná la extensión del comentario, pero nos has dado permiso para hablar, quizás incluso con whisky en mano :)
Asamar: ¿tijera usted? Vamos, vamos... ¿nos va a cortar los hilos?
Amantísimo Augusto: Despotriquemos, es necesario. Hoy vamos con whisky.