Lázaro Rodríguez Oliva lanza una pregunta que es como un cuchillo bañado en sal que abre llagas. Sus observaciones se desprenden de una afirmación que explica sin pausa pero sin prisa. «Lo que no existe es producido activamente como no existente.» Lázaro parafrasea (y nos presenta, entre otros) a Boaventura De Sousa Santos.
Entre una mareada de temas y discusiones que le compete una plataforma más amplia y de diálogo, traigo a cuenta esa cubetada de preguntas hirientes: ¿cuándo producimos ausencias? ¿Cómo yo desde mi individualidad anulo al otro? ¿Qué hay detrás de esa ausencia que produzco de manera ignorante o intencional?
Lázaro afirma que sí, hay culturas hegemónicas; que sí, hay políticas culturales involucradas. En específico con el ejercicio y visto desde ese micromundo (es decir, preguntándonos a nosotros mismos), puede resultar chocante darnos cuenta de que alguna vez pregonamos inclusión y participación pero no, no somos tan incluyentes como creíamos ser.
Puestos en situación: ¿quiénes son invisibles para nosotros? (en camaradería lo traducimos en: quiénes nos resultan insoportables, y si nos ponemos extremistas y honestos: ¿a quiénes odiamos?).
Hicimos el ejercicio con unos amigos, bajo anonimato e intimidad, y sacamos algunas conclusiones poco honorables que compartimos con ustedes para dar fe de que hay algunas personas que quisiéramos ignorar y que de hecho lo hacemos (para mal del mundo).
Con la respuesta se supone que veamos qué discursos hegemónicos perviven en nosotros, esos que se desdoblan en prácticas culturales tan «naturales» (e inhumanas) como no saludar a tal en la calle por alguna razón más o menos justificable, eso según nosotros.
Pensemos. Sí, pensemos en aquellos que están ahí y que queremos ¿anular?
Las listas pueden ser largas y ridículamente específicas. Agárrense.
«No nos gustan los gringos por creerse americanos y americanos somos todos, ignorantes. Detestamos a los que se creen más que los demás, como cierto país argentino. ¡Ay! Odiamos con fervor a los que creen que viven en países de primer mundo y creen que los demás estamos en países subdesarrollados…
»Detestamos a los que escuchan música pop, a todos los buseros que nos obligan a escuchar reguetón, detestamos terriblemente a los fanáticos del Barca-Madrid. No soportamos ni en broma a las mujeres que viven para arreglarse, verse chic y andar en tacones, odiamos a los niños que no dicen buenos días, a los vigilantes por preguntones y a sus novias, las tortilleras, aborrecemos a los fanáticos religiosos porque con su cantadera no nos dejan pensar, odiamos a los roqueros porque se visten de negro, a los fanáticos de los carros y el tuning (y ellos nos odian porque somos pseudosnob). Vemos mal a los vendedores de la calle porque hacen desorden, nos parece penoso que algunos no aprecien las artes. Detestamos a los que se ríen nerviosos en el teatro, a los que no van al teatro…
»Detestamos a los que viven para chismorrear sobre las estrellas de Hollywood, odiamos Hollywood, y a los vecinos que ven Quién quiere ser millonario cuando el premio no es un millón. No nos gustan las rubias ni los metrosexuales… ni los que parecen indígenas. No entendemos a los gay… Ni a los que no leen… Odiamos a los que leen demasiado porque nos dan envidia… a los oficinitas porque tienen mejor trabajo que nosotros… a los que triunfan… No soportamos ¡a nadie!»
Con tanto odio desparramado, valdría la pena repensar en De Sousa, ¿qué hay detrás de tanta invisibilización? ¿Acaso no son (somos) seres humanos? ¿No tenemos los mismos derechos?
Ciudadanos del mundo, quizá, pero de un mundo en el que los coetáneos no nos reconocemos porque somos diferentes. ¡Porque ellos son diferentes! ¡Y claro que todos somos diferentes! (¿Eso no es un valor agregado?) Porque si así invisibilizamos a algunos, ¿qué hacemos cuando nosotros somos los anulados?
¿Por qué nosotros, que creíamos ser almas beatas, somos en realidad así de bestiales? Nosotros también somos los otros y lo que para nosotros es certero, para otros es transgresión. Somos los otros, somos los otros, y para muchos tampoco existimos.
Lázaro Rodríguez Oliva va directo a la yugular: «Sí, es muy difícil, pero nuestro fin debe encaminarse a no ser parte del engranaje cultural que reproduce la exclusión».
Le pasamos la papa, haga su lista.
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