
Ahora bien, se le revuelve a uno el alma y sí, es bueno decir "Era magnífica persona...", "Grande el maestro..." y etcétera. Pero pensándolo bien, por qué extrañamos. ¿Por qué cada traslación volvemos a la misma fecha y celebramos novenarios? Me puse a pensar en eso, en Don Paco (ya dos años sin él), en mi viejo (cuatro y medio sin su mano acariciándome la cabeza o echándome las cobijas a la hora de dormir), pensaba en la gente que he amado y que ya no está.
Hoy, con el recuerdo de Don Paco, sumo ausencias. Don Paco y mi padre, tan lejos.
Dicen las canciones románticas baratas que el tiempo lo cura todo. Pero no es cierto. Yo cada día que pasa extraño a mi padre. Lo extraño (y es lo que me puse a pensar) porque me enseñó cosas. Porque me dio una vida, porque dibujó señales en mi pasado, mi presente y yo las reproduzco para aparezcan en todo mi futuro. A mí mi viejo me dijo que eso de faltar al trabajo era pura holgazanería, y yo por eso hoy no pedí permiso para ir a lo de Don Paco. En mi cabeza resonaba: "Mama, hay que ser responsable. Es el trabajo. Además, tenés un chachimbo de cosas qué hacer, te vas a atrasar".
Mi pepe Grillo tenía la cabeza morocha y un mostacho hermosote. Y lo extraño, porque hay días en que no sé qué diablos hacer, porque hay decisiones que ahora debo tomar sola, porque su infinita paciencia me dejó un gran vacío.
A Don Paco lo extrañamos muchos y es la maravilla de haber conocido a alguien como él. Tan dado a la comunidad. Cada uno tiene su agujerito. Por lo pronto, yo comento el mío.
A Don Paco lo extraño porque con él descubrí que escribir era lo mío, que estar entre las letras es mi vida. Lo extraño porque no sé en quién confiar para saber cuánto he avanzado en mis cuentos o en mis relatos, porque a veces necesito ese halo paternal que me diga que debo leer equis libro. Lo echo de menos porque me decía cuándo debía mejorar, me decía en qué estaba fallando.
Su ausencia es brutal porque en los días que mi padre no estuvo, él fue un balsamito que curó mi humanidad maltratada (la historia de cuando quería renunciar de ese horrendo trabajo y él me dijo: "Su trabajo es muy humilde, tenga paciencia. Eche ahora todo en un saco, ya verá cómo en unos años dará su fruto"). Lo extraño porque quiero volver a escuchar con su voz pastosa, bajo un paraguas negro, que (por fin) mis textos tienen ritmo.
Hoy es un buen día para pensar y sentir las ausencias. Para sumarlas con el imperativo de que la vida hay que gozarla.
Porque la vida conmigo ha sido querendona: a cambio de esos dos amores idos he sumado dos. Mi suegro, con quien viajamos a los cañales, y su hijo, quien me lee cuentos antes de dormir.
Suma de ausencias. Suma de presencias. La vida también la vivimos cuando recordamos.
Fotografía: Tomada de https://www.facebook.com/MACO.UCA.
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