Lo del titular es una mentira. Hoy no cumple años Ronald. Es en pasado: cumplía. O sea que ya no. Ronald fue mi amor obsesivo adolescente. Porque todos alguna vez hemos sido estúpidos y nos hemos enamorado de alguien que no nos quiere.
Lo de Ronald y yo era una cosa enfermiza como suelen ser las relaciones de quinceañeros. Yo lo amo, él me odia, y cuando yo lo odio porque no me ama, él me ama porque lo odio. Bellísimo. He ahí la complejidad humana... y la falta de inteligencia. Lo bueno es que una con los años capitaliza males ajenos y sufre un poquitín menos. (A veces, a veces.)
Les cuento lo de este chico porque a él la vida se le fue un instante. A Ronald lo mataron. Ahí iba saliendo de la universidad. Le quitaron el celuluar (y esto es imaginación mía: y el muy tarado se resistió y le pegaron un tiro). Así murió Ronald: ladrón pide dinero, Ron se niega, Ladrón pide teléfono y Ron también se niega. Toma Pum Pum. El celu es mío, imbécil.
Dicen que fue domingo. A mí Rocío me dijo en un lunes que ya estaba muerto, que la vela era hoy, digo, ese lunes veintitantos de febrero de hace seis años. Del periódico no me dieron permiso de irme para mirar la caja. Y tampoco he ido a buscarlo al panteón. Hacía años que Ronald y yo no nos veíamos cuando me enteré que estaba palmado. No lloré mucho, quizá lo suficiente. Quizá como el infeliz me había hecho sufrir yo ya había llorado mi cuota. No sé.
Recuerdo hoy a Ronald porque me dio mi primer beso de papel. Porque me tomó de la mano y porque contando su historia en mi clase de Redacción por fin me gané un comentario soñado: va adquiriendo sentido narrativo, me dijo don Paco. Recuerdo hoy a Ronald porque él también fue mi adolescencia, porque también escribió mi nombre y en mis ilusiones infantiles empecé a quererlo mientras le escribía cartas y poemas horribles.
Las testigos ahora viven lejos, cerca y otras cuantas todavía me restriegan en la cara lo tonta que fui. No me da pena (o eso quiero creer). La vida en el colegio se me fue tatuando el nombre de ese chico en mis cuadernos, libretas y diarios. El tiempo ha pasado. Lo sentimos.
Si la eternidad existe, quiero que Ronald sepa que todavía pronuncio su nombre, que mi yo infantil aún se sonroja al enumerar las estupideces que hice por su causa, que le tengo buen recuerdo. Quiero que sepa que hoy, que cumpliría 30 años, yo (con mi vida hecha, con mi voz inútil para gritar)... yo, mientras el hombre que amo sigue dormido en el otro cuarto... yo le hubiera llamado a él por teléfono, desde el patio le habría cantado un terrible Feliz cumpleaños, lo hubiera felicitado y él, con su risa suelta, con su orgullo pueblerino, con su aire de don Juan, me hubiera dicho: Gracias, bicha, gracias.
Feliz cumpleaños, amigo.
Lo de Ronald y yo era una cosa enfermiza como suelen ser las relaciones de quinceañeros. Yo lo amo, él me odia, y cuando yo lo odio porque no me ama, él me ama porque lo odio. Bellísimo. He ahí la complejidad humana... y la falta de inteligencia. Lo bueno es que una con los años capitaliza males ajenos y sufre un poquitín menos. (A veces, a veces.)
Les cuento lo de este chico porque a él la vida se le fue un instante. A Ronald lo mataron. Ahí iba saliendo de la universidad. Le quitaron el celuluar (y esto es imaginación mía: y el muy tarado se resistió y le pegaron un tiro). Así murió Ronald: ladrón pide dinero, Ron se niega, Ladrón pide teléfono y Ron también se niega. Toma Pum Pum. El celu es mío, imbécil.
Dicen que fue domingo. A mí Rocío me dijo en un lunes que ya estaba muerto, que la vela era hoy, digo, ese lunes veintitantos de febrero de hace seis años. Del periódico no me dieron permiso de irme para mirar la caja. Y tampoco he ido a buscarlo al panteón. Hacía años que Ronald y yo no nos veíamos cuando me enteré que estaba palmado. No lloré mucho, quizá lo suficiente. Quizá como el infeliz me había hecho sufrir yo ya había llorado mi cuota. No sé.
Recuerdo hoy a Ronald porque me dio mi primer beso de papel. Porque me tomó de la mano y porque contando su historia en mi clase de Redacción por fin me gané un comentario soñado: va adquiriendo sentido narrativo, me dijo don Paco. Recuerdo hoy a Ronald porque él también fue mi adolescencia, porque también escribió mi nombre y en mis ilusiones infantiles empecé a quererlo mientras le escribía cartas y poemas horribles.
Las testigos ahora viven lejos, cerca y otras cuantas todavía me restriegan en la cara lo tonta que fui. No me da pena (o eso quiero creer). La vida en el colegio se me fue tatuando el nombre de ese chico en mis cuadernos, libretas y diarios. El tiempo ha pasado. Lo sentimos.
Si la eternidad existe, quiero que Ronald sepa que todavía pronuncio su nombre, que mi yo infantil aún se sonroja al enumerar las estupideces que hice por su causa, que le tengo buen recuerdo. Quiero que sepa que hoy, que cumpliría 30 años, yo (con mi vida hecha, con mi voz inútil para gritar)... yo, mientras el hombre que amo sigue dormido en el otro cuarto... yo le hubiera llamado a él por teléfono, desde el patio le habría cantado un terrible Feliz cumpleaños, lo hubiera felicitado y él, con su risa suelta, con su orgullo pueblerino, con su aire de don Juan, me hubiera dicho: Gracias, bicha, gracias.
Feliz cumpleaños, amigo.
Comentarios
Lala how the life goes on.