Sobre la cama yacen mis piernas, inamovibles, insoportables. Más allá el dolor es un lobo que me arranca las vísceras, que lame toda mi espalda y la deja con heridas ínfimas que cada una supone un pinchón de aguja oxidada. Los brazos no responden. Por hoy quisiera que el infinito se instalara un momento en mi cuna que soy yo misma abrazándome y esperando que no pase nada. Que nada se mueva, que nada duela.
Entre el desvarío se abre un pasillo luminoso en el que aparece un niñito que ante mi estado empieza a dejar caer todo aquello con lo que me sepultará. Sonríe con picardía. Entre brazos lleva peluches de felpa, un leopardo llamado Leo custodia mi corazón volátil. Cosquillitas, el perro verde, se encargará de guardar uno de mis senos, el derecho; otro conejo cae en mi vientre y más allá un sinfín de animales sonrientes se apelmazan sobre mí y son mi mausoleo.
Los fármacos han tardado demasiado. Y solo después de ese ritual largo empieza a recorrerme esa pastillita roja ovoide. Pasea dentro mío, hace lo suyo. Mientras tanto contiemplo mi propia muerte un instante. Me gusta verla así, con un enviado tan hermoso, tan sonriente y saltarín que no deja de bailar al lado de mi cama.
Entonces el muchachito dice que ya es demasiado, él mismo retira la sepultura y la mete bajo las cobijas, esconde a los animalitos de algún mounstro que no soy yo. Brinca triunfante, nadie los ha hallado.
Este funeral me gusta, tan colorido, tan animoso. Entre la suavidad de todo aquello empiezo a sumirme en ese sopor exquisito que me cocina. Duele poco... duele menos.
El lobo se va sin despedirse.
*
Entre el desvarío se abre un pasillo luminoso en el que aparece un niñito que ante mi estado empieza a dejar caer todo aquello con lo que me sepultará. Sonríe con picardía. Entre brazos lleva peluches de felpa, un leopardo llamado Leo custodia mi corazón volátil. Cosquillitas, el perro verde, se encargará de guardar uno de mis senos, el derecho; otro conejo cae en mi vientre y más allá un sinfín de animales sonrientes se apelmazan sobre mí y son mi mausoleo.
Los fármacos han tardado demasiado. Y solo después de ese ritual largo empieza a recorrerme esa pastillita roja ovoide. Pasea dentro mío, hace lo suyo. Mientras tanto contiemplo mi propia muerte un instante. Me gusta verla así, con un enviado tan hermoso, tan sonriente y saltarín que no deja de bailar al lado de mi cama.
Entonces el muchachito dice que ya es demasiado, él mismo retira la sepultura y la mete bajo las cobijas, esconde a los animalitos de algún mounstro que no soy yo. Brinca triunfante, nadie los ha hallado.
Este funeral me gusta, tan colorido, tan animoso. Entre la suavidad de todo aquello empiezo a sumirme en ese sopor exquisito que me cocina. Duele poco... duele menos.
El lobo se va sin despedirse.
*
Comentarios
Te extrano!
Ah, por cierto, creo que ya entendí lo que me dijiste cuando te llamé por teléfono, jajaja ¡Yo creí que eran bromas tuyas!
Apropósito de lobo,pienso en
Virginia Woolf. . .
P.S. Gracias!
Your visit light up my day.
And The Plague in Spanish is
for nostalgia, just that.
Shauuuu, Lorena!
Victorovich: Y yo me divertí con tu "deséxito". Honores los que me hacés.
Armando: Vos a mí con esa pieza. La Woolf, ¿quién sobreviviría? Hermosa. La pastilla me hizo bien, relax. Besos.