Lo primero que escribí cuando llegué a la universidad se llamaba algo así como "Circuito en Joya de Cerén". El instructor de ese entonces* tuvo a bien plagar la página con tachones, comas y puntos necesarios, además de anotar observaciones incisivas. Yo le quedé debiendo a Don Paco seis centésimas para tener cero. Sí, era -0.6 de nota.
Decidí escribir de eso porque realmente me apasionaba. No era más que el cuento de todos los años con mi viejo y toda la familia. Nos íbamos en bicicleta (cerca de 30 gentes) y hacíamos un recorrido en Joya de Cerén. Fin de la historia, o al menos eso creí cuando entregué triunfante ese mi primer fracaso.
Cuando lo pienso bien, esos fueron los mejores años de mi vida. Muchas de las pláticas trascendentales y de rigor que tuve con mi viejo fueron a bordo de una bicicleta. Estuvimos subidos en los pedales por más de veinte años, cuando aprendí y hasta antes de eso porque siempre he viajado en dos ruedas.
Recorrimos todo El Espino (del que no queda ni la sombra), subimos por la cordillera de El Bálsamo, las calles de Sonsonate, e hicimos nuestras toda Santa Elena (cuando Cristiani no había cerrado la calle) y Santa Tecla.
Crecer junto a una docena de ciclistas hombres te hace guerrera. Casi siempre fui la única fémina, y mi viejo siempre fue de los que gritaban "No se ahueve**, usted puede" cuando ya faltaba poco para subir una montaña.
No solo se trata de pedalear.
Fácil es bajarse de la bici y empujarla para terminar de subir a pie una cima.
No. Se trata de enfrentarnos, a nuestro cuerpo, a nuestro peso (y es que cargamos con tantas tonteras).
Es encargarnos de nosotros mismos subidos en un armatoste de dos ruedas que se mueve por nuestra propia fuerza y energía.
Usar las velocidades es la cautela con la que nos dirigimos en la vía, la montaña, la vida, el amor o lo que sea. Y no es que me ponga como César Guzmán de recursi y moralina vomitiva.
No. Es sencillamente cargar con uno mismo.
Responsabilizarnos porque nadie nos empujará desde atrás.
A mí eso me enseñó andar de ciclista, a que nadie más iba a cargar mi bici porque ya todos tienen suficiente con cargar la de ellos.
Cuando escribí ese texto hace años no tenía ni la más remota idea de que volvería a mí de esta manera tan extraña. No quiero que lo peor pase: cuando en vez de conducir me dé por vencida y me baje a empujar(me) porque no fui capaz de encargarme de mí misma.
Puedo pedalear, puedo pedalear.
¡Yo sé que todavía puedo pedalear!
*Augusto, infinitas gracias.
** Acepción 3
Decidí escribir de eso porque realmente me apasionaba. No era más que el cuento de todos los años con mi viejo y toda la familia. Nos íbamos en bicicleta (cerca de 30 gentes) y hacíamos un recorrido en Joya de Cerén. Fin de la historia, o al menos eso creí cuando entregué triunfante ese mi primer fracaso.
Cuando lo pienso bien, esos fueron los mejores años de mi vida. Muchas de las pláticas trascendentales y de rigor que tuve con mi viejo fueron a bordo de una bicicleta. Estuvimos subidos en los pedales por más de veinte años, cuando aprendí y hasta antes de eso porque siempre he viajado en dos ruedas.
Recorrimos todo El Espino (del que no queda ni la sombra), subimos por la cordillera de El Bálsamo, las calles de Sonsonate, e hicimos nuestras toda Santa Elena (cuando Cristiani no había cerrado la calle) y Santa Tecla.
Crecer junto a una docena de ciclistas hombres te hace guerrera. Casi siempre fui la única fémina, y mi viejo siempre fue de los que gritaban "No se ahueve**, usted puede" cuando ya faltaba poco para subir una montaña.
No solo se trata de pedalear.
Fácil es bajarse de la bici y empujarla para terminar de subir a pie una cima.
No. Se trata de enfrentarnos, a nuestro cuerpo, a nuestro peso (y es que cargamos con tantas tonteras).
Es encargarnos de nosotros mismos subidos en un armatoste de dos ruedas que se mueve por nuestra propia fuerza y energía.
Usar las velocidades es la cautela con la que nos dirigimos en la vía, la montaña, la vida, el amor o lo que sea. Y no es que me ponga como César Guzmán de recursi y moralina vomitiva.
No. Es sencillamente cargar con uno mismo.
Responsabilizarnos porque nadie nos empujará desde atrás.
A mí eso me enseñó andar de ciclista, a que nadie más iba a cargar mi bici porque ya todos tienen suficiente con cargar la de ellos.
Cuando escribí ese texto hace años no tenía ni la más remota idea de que volvería a mí de esta manera tan extraña. No quiero que lo peor pase: cuando en vez de conducir me dé por vencida y me baje a empujar(me) porque no fui capaz de encargarme de mí misma.
Puedo pedalear, puedo pedalear.
¡Yo sé que todavía puedo pedalear!
*Augusto, infinitas gracias.
** Acepción 3
Comentarios
¡A tu salud y la de nuestra ex ocupación, Lorena Augusta!