Un comentario sobre semiología y espacios urbanos
De las palabras de Roland Barthes me fío para decir una vez más que la ciudad es un texto. Un texto que como ciudadanos leemos a diario, vivimos de él y con él. La ciudad es un poema que, según este autor, puede hacernos cantar. ¿Pero cómo se lee ese texto? ¿Qué nos dice?
Para leerlo con propiedad hace falta no solo ser arquitecto, sino biógrafo, historiador, urbanista, semiólogo y muchas cosas más, como bien diría Barthes. Porque la semiología, esa ciencia que estudia los signos, también se ocupa de desentrañar qué significa para los ciudadanos ese espacio del que se apropian.
Es innegable esa experiencia diaria que tenemos de vivir la ciudad. ¿Pero qué hace que ese sitio en el que estamos sea esa amalgama de signos que nos hablan, gritan y susurran? ¿Qué nos hacen sentir?
Partimos de un entorno en el que se agolpan imágenes, objetos, seres, edificios, calles y todo es susceptible a lectura. Así, por ejemplo, un hombre en traje me dice algo de su estatus, o un automóvil nuevo o viejo me da una idea de la personalidad del poseedor. ¿Cuánto más nos dicen las calles? ¿Qué nos dicen a gritos las estructuras, los edificios? ¿Qué leemos?
Los lugares son habitados por el humano, dirá este estudioso de los signos, y cada sitio tiene su ritmo. «En toda ciudad, a partir de momento en es verdaderamente habitada por el hombre y hecha por él, existe ese ritmo fundamental de la significación» (Barthes, 1997, pág 206). ¿Qué significados hallamos en la ciudad que construimos? ¿Qué mensajes transmitimos?
Urbanistas, arquitectos y el humano en general son forjadores de signos, de señales, de ese lenguaje urbano que nos dice algo de ese entorno. Pero, ¿esas construcciones y lecturas dicen algo de los valores sociales, morales o ideológicos de sus habitantes?
La construcción de signos en el entorno va más allá, no es una estructura sencilla como el de las letras del alfabeto; sino que son sistemas más complejos y sutiles.
Atreverse a leer los signos del mundo requiere salir de cierta inocencia sobre cómo construimos el entorno: partimos de que el mundo significa. ¿Qué tanto puede incidir una propuesta arquitectónica de la que sus habitantes no pueden apropiarse? Porque la vida tiene un aquí, un sitio en el que germina. ¿Acaso no tenemos en nuestra memoria sitios entrañables o lugares tan vitales que nos han hecho lo que somos? Esas propuestas de espacio inciden en cómo la gente hace su vida, en sí, su cultura.
Por ahora, dirá Barthes, esta significación se convierte en la manera de pensar del mundo moderno. Esa modernidad que para Jesús Martín Barbero va homogenizándose. Ciudades y espacios que son copias de otras culturas, de otra vida. ¿Bajo qué mirada proponemos? ¿Por qué copiar modelos si nuestra ciudadanía es tan distinta? La ciudad y sus espacios son públicos, son el pueblo. ¿O son acaso sumatoria de intereses privados, de visiones egoístas? (Martín Barbero, 1996, pág 49)
Sobre esa modernidad, Richard Sennet, autor de Carne y Piedra (1997), sostiene que hemos llegado a esa privación sensorial sobre los espacios que se van diseñado. La sensación antiséptica, sin rasgo humano, va proliferándose más y más. ¿Nuestros espacios son tan alejados de sus usuarios que es difícil hacer una vida ahí? ¿Qué tanto dicen estos sitios sobre nuestra humanidad? ¿Nos parecemos a ellos?
Crear un espacio es también crear un sistema, un sistema de signos que leemos. Cada parte de ese entorno significa algo para alguien. Los usos que la gente le da, la significación que le otorgan al espacio es la vida que este adquiere. Un entorno es tan parecido a sus usuarios, se llena de su personalidad.
¿Pensamos la ciudad y sus espacios públicos de acuerdo a sus lectores?
La ciudad es un texto. Sus oficinas nos elijen. Sus calles nos gritan. Sus centros de comercio nos seducen y sacian nuestras pasiones y necesidades. La ciudad es un discurso: ¿qué dice nuestro entorno sobre nosotros mismos?
Bibliografía:
Barthes, R. (1997). La aventura semiológica. Barcelona: Editorial Paidós
Sennet, R. (1994). Carne y piedra. Madrid: Editorial Alianza.
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