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Cómo me gusta lo que hago

Mientras leo este artículo de María Moliner que mi amiga Maga me envío vía msn, no puedo contener la felicidad de estar rodeada de libros, marcadores, un cuaderno a rayas y detrás mío esa mi biblioteca que ya adoro.

Si hay una actividad de la que gozo plenamente en mi vida laboral es la de organizar el curso. Sí, es laborioso; sí, uno se hace bolas y una cree que el tiempo es muy poco... con todo y todo, me fascina pensar en  qué leeremos, qué ejercicios haremos, si tal película es buena para la clase, o a qué sitio iremos. Todo eso me emociona. Solo hoy ya llamé a dos amigas muy queridas a quienes les pregunté qué más podíamos leer. Días antes otro amigo me dio dos títulos para que los tomara en cuenta.

Ya traje a mi memoria los libros que quiero que degustemos, ya taché mil veces la lista de temas que abordaremos y ya la reescribí también. Todo eso me hace feliz, en serio. Después sé que me cansaré, que más de un chico no se entusiasmará tanto como yo con la clase; sin embargo, por eso me gusta este estado de agitación mental, porque amo planificar, hacerme la hipótesis de que quizá de esta manera el contenido se digiera mejor, y luego darme cuenta que tal vez estaba equivocada y reinventar de nuevo el programa.

A eso llamo emoción, porque me gusta lo que hago, porque estar dentro del salón de clases me vuelve más humana, porque también recuerdo con emoción cómo muchos de mis maestros develaban tal manera de dar clase o cómo invertían una gran cantidad de energía en hacer que no olvidáramos un tema.

Bien me acuerdo de Don Paco y sus lecturas sacadas de Selecciones. Ahí conocí la conmovedora historia del gato Solovino, o de sus talleres extra para los que no andábamos bien con los hipérbatones y demás comas caprichosas. Con el padre Aníbal Meza estudié literatura todo un año. ¡Qué clase más espléndida! ¡Cuán feliz y agradecida estoy con él! En ese mismo año estaba en el taller de teatro, llevaba Semiótica de la Cultura e Introducción a la Investigación, con Amparo Marroquín e Ivón Rivera . Esa para mí es la época más feliz de mi vida universitaria. Todas, absolutamente todas esas materias me llenaban de placer.

Cuando yo tenía quince años ya sabía que quería ser profesora. Sabía que me gustaba enseñar, me sabía plena cuando me tocaba compartir algo que había estudiado. Disfrutaba aquello. Así que a la primera oportunidad que tuve de integrarme al oficio docente durante la universidad pues entré.

Los pininos son los pininos y los llevo dentro de este archivo mío del que echo mano siempre. Porque si hay algo que me gusta de este oficio es que uno nunca lo sabe todo, y esa premisa es vital para no caer en la arrogancia, la prepotencia y el desuso. El cerebro se oxida si no se usa y el alma se endurece si no nos ponemos en lugar de los otros.

La consulta con gente que sabe más es fundamental. El camino de los que ya han hecho oficio es una gran fuente de aprendizaje; y mi amiga María del Mar es una de esas columnas. Ella me enseñó eso de ser temido o ser amado en la clase. Con mi amiga Kelly siempre discutimos cómo entrarle al grupo, cómo hacer que los chicos sean seducidos por la clase... Y las pelis, siempre tiene buenas películas para la clase.

Maestros, amigas, gracias a todos ustedes porque me enamoraron de este oficio.

Planificar la clase, leer, hacer ejercicios, platicar con los estudiantes... así es mi vida. Esto es lo que hago, y me gusta.

Comentarios

Antonieta IraSal ha dicho que…
Compartimos este morboso oficio de tener algo más que decir, seducir y amar a través de las palabras, mi colocha querida :D
Joy ha dicho que…
Es cierto, enseñar es genial. Hay tantos profesores buenos y malos que siempre te dejan una marca.
Muchos éxitos y mucha suerte.
Ah sí, y un pequeño te envidio.

Saludos mi estimado gato.

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