Frente a esta máquina no me queda más que reflexionar en lo que acabo de hacer.
Viajo en bus y mi país no es precisamente un lugar que se aprecie por el transporte colectivo. Así que cuando la ida y la vuelta a casa se hace en ese lugar móvil en el que se suben extraños a cada rato, pues la premisa es que puede pasar cualquier cosa. En el bus y en la calle.
Me referiré en este caso específico a esos seres que por instalarse en equis sitio en la calle ya son parte del paisaje. Y claro, uno también es blanco de reconocimientos.
Hay un vendedor de chicles que está al pie de la pasarela de la parada de buses frente a mi trabajo. Ergo, lo veo a diario, me ve a diario y sabe a qué hora y de qué bus me bajo. Él está ahí, me imagino, aburridísimo de estar en el mismo sitio todo el tiempo, dependiendo de que si a uno se le antoja un chicle o un dulce.
Pasaba que, ahora creo que eso cambiará, cada vez que iba de camino me decía "cosas". Saludos y tonterías que ya iban llegando a cierto límite que mi civilidad ya no me permite.
Una cosa es que una sea una ciudadana, digamos, educada, que, según mi dijo mi padre, no se debe tratar mal a las personas... pero ¿qué pasa cuando el otro ciudadano llega al punto del hostigamiento?
Pues eso me pasó con el vendedor de dulces.
¿Por qué me habla?, me decía cada vez que pasaba por el sitio. O cuando soltaba algún piropo estúpido me decía: ¿por qué diablos tiene que decirme algo? ¿Cuándo yo lo he mirado de manera favorable para que me diga cosas? ¡Jamás!, y es justamente por eso que jamás ese tipo se mereció siquiera un saludo, y no es que un saludo de mi parte sea algo memorable o signifique un evento, pero ¿por qué tanta insistencia?
Los hombres de calle son así. Se la pasan diciéndonos cada sandez con no sé qué objetivo. ¿Cuándo un comentario en la calle ha hecho que una mujer que va de camino se detenga a decirles gracias, ahora mi autoestima está bien, sí, me encanta que me trate como un objeto sexual? Es ridículo. Eso no pasa.
Entonces, así me sentía yo. Odio que me miren en la calle sin respeto. Es detestable que te tiren comentarios sobre tu culo, tus tetas o las piernas. Es odioso.
Por eso, hoy, antes de subir la pasarela, me detuve ante el vendedor de dulces. Me dijo hola. Le dije que si no tenía algo más que decir. Me preguntó que cómo estaba, que si iba a estudiar... le dije: Estoy bien, pero no me hable, no me vuelva a hablar jamás. Lo miré con cara de indignación, casi con cierta petulancia. Un disfraz de mujer prepotente y arrogante que espero funcione.
El hombrecito se puso insignificante, divo, digno. Sintió herido (eso quiero creer) su pedazo de hombría que se basa en intimidar a las transeúntes. Cuando le dije que no me hablara contestó: ni falta que hace, e hizo un puchero de dignidad.
Me fui con un sentimiento de triunfo aderezado con desencanto.
Pensé en que quizá ahora él creía que yo me sentía superior, pensé en que su trabajo era terrible, en lo aburrido que debe ser trabajar así... y mientras lo iba conmiserando, me dije: solo le dijiste que no te hablara, no es el fin del mundo.
Entonces se me ocurrió en que el hombre ese ahora cree (y sabe) que soy una persona horrible, y quizá, al otro día, cuando me vea pasar, va a decir en su mente: allá va esa hijelagranputa.
Pero no me dirá nada.
Yo suspiraré, olvidaré que existe... No me dirá nada. Y habrá valido la pena lo hecho.
PD: Hombres, si van a opinar, primero piensen: ¿cuántas veces han sustituido su nombre en la calle y en su lugar les han dicho "rico culo", "mamacita" y etc.? Piensen.
Viajo en bus y mi país no es precisamente un lugar que se aprecie por el transporte colectivo. Así que cuando la ida y la vuelta a casa se hace en ese lugar móvil en el que se suben extraños a cada rato, pues la premisa es que puede pasar cualquier cosa. En el bus y en la calle.
Me referiré en este caso específico a esos seres que por instalarse en equis sitio en la calle ya son parte del paisaje. Y claro, uno también es blanco de reconocimientos.
Hay un vendedor de chicles que está al pie de la pasarela de la parada de buses frente a mi trabajo. Ergo, lo veo a diario, me ve a diario y sabe a qué hora y de qué bus me bajo. Él está ahí, me imagino, aburridísimo de estar en el mismo sitio todo el tiempo, dependiendo de que si a uno se le antoja un chicle o un dulce.
Pasaba que, ahora creo que eso cambiará, cada vez que iba de camino me decía "cosas". Saludos y tonterías que ya iban llegando a cierto límite que mi civilidad ya no me permite.
Una cosa es que una sea una ciudadana, digamos, educada, que, según mi dijo mi padre, no se debe tratar mal a las personas... pero ¿qué pasa cuando el otro ciudadano llega al punto del hostigamiento?
Pues eso me pasó con el vendedor de dulces.
¿Por qué me habla?, me decía cada vez que pasaba por el sitio. O cuando soltaba algún piropo estúpido me decía: ¿por qué diablos tiene que decirme algo? ¿Cuándo yo lo he mirado de manera favorable para que me diga cosas? ¡Jamás!, y es justamente por eso que jamás ese tipo se mereció siquiera un saludo, y no es que un saludo de mi parte sea algo memorable o signifique un evento, pero ¿por qué tanta insistencia?
Los hombres de calle son así. Se la pasan diciéndonos cada sandez con no sé qué objetivo. ¿Cuándo un comentario en la calle ha hecho que una mujer que va de camino se detenga a decirles gracias, ahora mi autoestima está bien, sí, me encanta que me trate como un objeto sexual? Es ridículo. Eso no pasa.
Entonces, así me sentía yo. Odio que me miren en la calle sin respeto. Es detestable que te tiren comentarios sobre tu culo, tus tetas o las piernas. Es odioso.
Por eso, hoy, antes de subir la pasarela, me detuve ante el vendedor de dulces. Me dijo hola. Le dije que si no tenía algo más que decir. Me preguntó que cómo estaba, que si iba a estudiar... le dije: Estoy bien, pero no me hable, no me vuelva a hablar jamás. Lo miré con cara de indignación, casi con cierta petulancia. Un disfraz de mujer prepotente y arrogante que espero funcione.
El hombrecito se puso insignificante, divo, digno. Sintió herido (eso quiero creer) su pedazo de hombría que se basa en intimidar a las transeúntes. Cuando le dije que no me hablara contestó: ni falta que hace, e hizo un puchero de dignidad.
Me fui con un sentimiento de triunfo aderezado con desencanto.
Pensé en que quizá ahora él creía que yo me sentía superior, pensé en que su trabajo era terrible, en lo aburrido que debe ser trabajar así... y mientras lo iba conmiserando, me dije: solo le dijiste que no te hablara, no es el fin del mundo.
Entonces se me ocurrió en que el hombre ese ahora cree (y sabe) que soy una persona horrible, y quizá, al otro día, cuando me vea pasar, va a decir en su mente: allá va esa hijelagranputa.
Pero no me dirá nada.
Yo suspiraré, olvidaré que existe... No me dirá nada. Y habrá valido la pena lo hecho.
PD: Hombres, si van a opinar, primero piensen: ¿cuántas veces han sustituido su nombre en la calle y en su lugar les han dicho "rico culo", "mamacita" y etc.? Piensen.
Comentarios
Más que el fondo, será la forma en todo caso con lo que discrepo. Si decías al inicio que sabe el vendedor de dulces de cual bus te bajás y a qué hora, ¿acaso no es un tanto contraproducente salirle así? . Más en este país que la retaliación es el pan nuestro de cada día.
Lo que creo que pudieras hacer para evitar una situación de esas con futuros acosadores sería decirle de manera educada que por favor cese sus molestos comentarios pues el viene de una mujer también y no le gustaría que a su madre o hermanas las trataran así. De esa manera evitás que el ofensor pase a "ofendido", se indigne y tome represalias con las que de una u otra manera, la única perjudicada vas a ser tú. Triste pero verídico.
Sentimientos de impotencia genera vivir en una sociedad tercermundista como la nuestra!