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Madres que rezan

 La primera vez que le vi me pareció un monumento, una diosa, una roquera indómita también. Una no sabe muy bien cómo es que hace clic con ciertas personas y eso me pasó a mí con Sara. Supongo que se va a sonrojar porque escriba de ella, pero que la zoque, que se aguante, es el punto de vista de mi texto y qué mejor manera de comenzar que con un personaje fuerte, bien fuerte. Ella me hizo explorar otros límites, les cuento.

Hacía mucho que no tenía un arrebato de escritora, porque yo soy sí, de arrebatos, impulsiva y poco pensadora para algunas cosas. Para escribir, me gusta que me posea un nosequé. Musas dirán algunos, pero a mí esas viejas no me hacen ojitos. Prefiero pensar en un huracán interno. Y por eso estoy en este lío. Sin ánimo de irme por las ramas, recién entro al campo de las artistas plásticas.

Eso les dije a mis amigos en broma cuando les invité a la próxima exhibición del Museo de Arte (MARTE). Todo comenzó con un correo muy largo, bello eso sí (Sara, son bien largos), en el que invitaban a varios artistas de diferentes ramas a un proyecto de varios meses sobre los "Símbolos identitarios". Había que ir algunos domingos al taller de artistas e íbamos a experimentar con cerámica. Cuando te llega una invitación así no podés decir que no y menos si el correo lo firma... sí, Sara.

El video aesthetic que subí a IG no le hace justicia a lo que me ocurrió ese día. Luego de un recorrido por todo el museo para "inspirarnos", nos repartieron dos losas de barro. Uuuuh, tendría yo unos 30 años de no jugar con barro. Lo último que hice fue una maqueta de las barreras vivas que detienen la erosión. Sara explicó cómo usar el material y cual Demmi Moore en Ghost estábamos ahí amasando.

Una de las cosas más mágicas que no debemos perder es "aprender como aprenden los niños", es decir, con ilusión. Como yo no soy ni artista plástica ni ceramista ni pintora, yo me tomé todo como un juego. ¿De qué puedo hablar con dos losas? ¿Qué dolores y alegrías me provoca la pregunta: cuál es nuestra identidad? Eso me llevó a buscar mi propio leguaje: ajá, personajes. 

Lo demás es un cuento técnico de cómo las lozas fueron horneadas y cómo la maravillosa Sara nos enseñó a darles acabado. Para mí, esa fue la parte más mágica. Explico mis traumas: cuando iba a sexto grado, todas las niñas le hicieron a sus mamás una ridícula, pero hermosa, lámpara de vasos desechables con perlitas y encaje y yo no terminé esa mierda porque no tengo paciencia ni mano para esos menesteres (con mi papá le compramos otra cosa).

Sí me gustan mucho las manualidades, pero no son mi fuerte. Afortunadamente, los prejuicios conmigo misma se han ido esfumando. Menos mal, hay cosas que solo se consiguen con la edad. Pero volvamos a Sara y mis piezas. ¿Han tenido una profesora que ve oro en tus intentos básicos? ¿Han intentado algo y has conseguido de algún modo que sea bello? ¿Has recibido elogios de los más expertos y han felicitado tu ser amateur? Pues todo eso me pasó a mí. Y paso a hacer la promoción: mis piezas se llaman "Madres que rezan". Les dejo aquí parte del proceso de trabajo en casa.







A esta altura de mi calendario, me vale madres las miradas pretenciosas. Este ejercicio era otra cosa. El barro fue algo profundo y mágico. Sentí una alegría infantil muy honda. Ese día, despertó algo en mí, algo desconocido, algo que no sabía que tenía y que fui capaz de explorar porque hay alguien que se desgalilla en los conciertos de rock, que se pinta el pelo de colores y que es una gran artista... Ese alguien cree que la educación artística es algo serio y que es para todos... como la tortilla. Gracias, Sara.

PD. Este texto lo hice apenas unos días antes de la inauguración, por eso, ahora sí les comparto cómo quedaron las piezas montadas. Por supuesto, mi superfoto con las losas (con una megagripe, pero se logró).





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