Carmen le pidió a su compañera de al lado que por favor le cambiara un billete. La chica no tenía cambio, y así pasaron varios segundos hasta que advertí el embrollo. Le ofrecí a la chica (que aún no sabía que se llamaba Carmen) un par de billetes. Ella aceptó con sorpresa y mucho agrado el gesto. Solucionaron las cuentas y la chica, Carmen, se quedó atendiéndome. Me cobró un par de blusas.
Mientras le daba mi tarjeta me preguntó si yo había estudiado en tal colegio. Asentí simpática (o eso creo yo). Y ella, con su hermosa sonrisa blanca, soltó espontánea: "Yo me acuerdo de usted, es que siempre me fijaba en las niñas grandes".
Así decíamos en el colegio, las niñas grandes, las que iban a bachillerato, las que cuando no estaban los maestros nos enseñaban a usar el diccionario.
Luego de eso le pregunté su nombre, qué hacía y dónde estudiaba. Me explicó que estudiaba y trabajaba, que si por ella fuera solo estudiaría pero que por el momento no podía. Que salió cinco años más tarde que yo del colegio y que de repente se había acordado que me había visto. A decir verdad me asustó un poco tanta atención. Para disipar esa sensación la alenté a terminar su carrera y le dije que tres años eran nada, que disfrutara su vida de universitaria. Carmen sonrió y me dio mi bolsa. Me despedí.
Cuando salí de esa tienda me sintí extraña. No sé si vieja. Tenía la sensación de haber viajado mucho, algo contenta porque una chica que yo no tenía ni la más mínima idea de quién era se había alegrado de verme.
Más aún, me había dicho que yo era una de las niñas grandes cuando yo jamás me vi a mí misma así. Cuando nunca asumí el papel de bachiller responsable, cuando siempre llevé al extremo mi bandera y mi irreverencia. Me dio algo de pena.
Yo era la niña grande para ella.
*
Mientras le daba mi tarjeta me preguntó si yo había estudiado en tal colegio. Asentí simpática (o eso creo yo). Y ella, con su hermosa sonrisa blanca, soltó espontánea: "Yo me acuerdo de usted, es que siempre me fijaba en las niñas grandes".
Así decíamos en el colegio, las niñas grandes, las que iban a bachillerato, las que cuando no estaban los maestros nos enseñaban a usar el diccionario.
Luego de eso le pregunté su nombre, qué hacía y dónde estudiaba. Me explicó que estudiaba y trabajaba, que si por ella fuera solo estudiaría pero que por el momento no podía. Que salió cinco años más tarde que yo del colegio y que de repente se había acordado que me había visto. A decir verdad me asustó un poco tanta atención. Para disipar esa sensación la alenté a terminar su carrera y le dije que tres años eran nada, que disfrutara su vida de universitaria. Carmen sonrió y me dio mi bolsa. Me despedí.
Cuando salí de esa tienda me sintí extraña. No sé si vieja. Tenía la sensación de haber viajado mucho, algo contenta porque una chica que yo no tenía ni la más mínima idea de quién era se había alegrado de verme.
Más aún, me había dicho que yo era una de las niñas grandes cuando yo jamás me vi a mí misma así. Cuando nunca asumí el papel de bachiller responsable, cuando siempre llevé al extremo mi bandera y mi irreverencia. Me dio algo de pena.
Yo era la niña grande para ella.
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