Querido Pez:
Desde la última vez que platicamos me ha quedado revoloteando la cabeza. Eso de la sabiduría es cosa grande. Sabés, pienso en tu madre, en lo fenomenal que ha sido, en lo inmortal que es. También pienso en mi viejo, vos sabés, de ahí para acá todo se ha puesto un poco escabroso, sin embargo, también es emocionante.
Quizá ambos pensemos que no estamos haciendo mucho, talvez quisiéramos ver grandes nuestros nombres, quizá quisiéramos hojas de vida formidables e impresionarnos nosotros mismos de lo fantástico que nos ha ido. Sepamos, querido Pez, que somos ambiciosos, eso que ni qué.
El otro día iba para la biblioteca cuando me encontré a Don Paco, me dijo con su cara sonriente que esa mañana había pensado en mí, pero que en vez de camisa amarilla llevaba una verde... Yo no sé, quizá lo invoqué o algo así. Y ese día sí necesitaba un Norte, y se apareció.
El caso es que platicamos y platicamos, en realidad él habló y yo solo asentí nerviosa. Dijo que siguiera(mos) trabajando, que echara(mos) todo al saco, que de unos años en adelante todo eso iba a servir. Que no nos desesperáramos por la premura.
Ahora te lo digo yo, como mensaje (celestial) del maestro: viejo, vos seguí echándole al saco, que o se llena o se llena. Luego va a devengar, vas a ver.
Insisto, cuando mi viejo se fue al otro mundo el día del funeral no cabía la gente. Teníamos repleto todo el edificio, otros cientos más nos acompañaron al cementerio. ¿Y sabés qué fue lo más maravilloso? La gente fue porque lo amaba, de todos modos mi viejo logró lo que quería, ser inmortal. (Es que tenía la costumbre de hacer un amigo diario.)
Cuando me muera, quiero que mucha gente vaya a despedirme. Sería grandioso.
Eso hagamos, viejo, hagamos lo nuestro, lo que nos gusta... Vamos despacito sin desgarrarnos en el viaje.
Y por supuesto, seamos inmortales.
Un abrazo
Desde la última vez que platicamos me ha quedado revoloteando la cabeza. Eso de la sabiduría es cosa grande. Sabés, pienso en tu madre, en lo fenomenal que ha sido, en lo inmortal que es. También pienso en mi viejo, vos sabés, de ahí para acá todo se ha puesto un poco escabroso, sin embargo, también es emocionante.
Quizá ambos pensemos que no estamos haciendo mucho, talvez quisiéramos ver grandes nuestros nombres, quizá quisiéramos hojas de vida formidables e impresionarnos nosotros mismos de lo fantástico que nos ha ido. Sepamos, querido Pez, que somos ambiciosos, eso que ni qué.
El otro día iba para la biblioteca cuando me encontré a Don Paco, me dijo con su cara sonriente que esa mañana había pensado en mí, pero que en vez de camisa amarilla llevaba una verde... Yo no sé, quizá lo invoqué o algo así. Y ese día sí necesitaba un Norte, y se apareció.
El caso es que platicamos y platicamos, en realidad él habló y yo solo asentí nerviosa. Dijo que siguiera(mos) trabajando, que echara(mos) todo al saco, que de unos años en adelante todo eso iba a servir. Que no nos desesperáramos por la premura.
Ahora te lo digo yo, como mensaje (celestial) del maestro: viejo, vos seguí echándole al saco, que o se llena o se llena. Luego va a devengar, vas a ver.
Insisto, cuando mi viejo se fue al otro mundo el día del funeral no cabía la gente. Teníamos repleto todo el edificio, otros cientos más nos acompañaron al cementerio. ¿Y sabés qué fue lo más maravilloso? La gente fue porque lo amaba, de todos modos mi viejo logró lo que quería, ser inmortal. (Es que tenía la costumbre de hacer un amigo diario.)
Cuando me muera, quiero que mucha gente vaya a despedirme. Sería grandioso.
Eso hagamos, viejo, hagamos lo nuestro, lo que nos gusta... Vamos despacito sin desgarrarnos en el viaje.
Y por supuesto, seamos inmortales.
Un abrazo
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(además, al silencio cruel no le gusta que le hablen)