
En realidad son Palabras Mayores, de enormidad y con esas mayúsculas chulísimas. Palabras grandotas. Detrás de Palabras Mayores hay cuatro hombres, de esos que gustan, que admiran y que dan ganas de ser así.
Venían desde el otro lado del charco, la península ibérica, y uno de más acá, México, para orientarnos sobre el uso del lenguaje. Comunicación efectiva se llamaba el curso.
Cuando leí el programa del taller y vi «Corrección de estilo», no pude más que entrar en éxtasis. Por acá no se habla mucho de ello, y los que nos conocen creen que nuestra tarea es ver que las tildes estén ahí, donde ellos (erróneamente) creen que deberían estar.
Nuestros educadores, porque siempre nos gusta aprender y más si es sobre lo que hacemos a diario, eran sacados de uno de esos libros de los que uno se enamora y con el que se duerme. Personajes todos. Y aquí aplico la teoría de la representación y ese maravilloso encuentro cara a cara.
Sus nombres (pinchen para enterarse, no explicaré currículum): Alberto Gómez Font, Xosé Castro Roig, Antonio Martín y Jorge de Buen.
Y como ya vieron de quiénes se tratan, pues a uno le entra susto (de ese bueno). Es como la teoría que dijo una vez Julio Villanueva Chang: uno nunca es normal ante una persona bella. Así lo mismo. Jamás se puede ser normal cuando se está frente a personas así, como ellos...
Ahora bien, pues resulta que sí se pudo.
El primer encuentro que tuve fue cuando la entidad que los trajo me dio la oportunidad de ir con ellos a comer pupusas en los Planes de Renderos. Charla amena. (Y vamos destejiendo prejuicios de lo que otros dicen que ellos son.)
Al siguiente día fue el curso. Una maravilla total.
Palabras Mayores no solo es sobre cómo hacer efectiva la comunicación y demás detalles que únicamente a los obsesivos con el lenguaje nos interesa. No, no, no. Palabras Mayores son cuatro tipos fantásticos que además son amigos y que nos cuentan sobres sus dudas, aciertos y problemas con los textos. Cuando eso quedó claro en la palestra, todo se volvió orgánico. Éramos gente curiosa que le gustaba discutir sobre lengua, y tan tan. Fin del cuento.
Al carajo las representaciones sobre quién sabe más o no. Estábamos ahí con el único propósito de compartir. Hablar. Discutir.
Días más tarde pude verlos en cenas y otras charlas. Una de las salidas más memorables para mí fue cuando con mi amiga Marie acompañamos a estos hombres guapos a la Librería Uca, en nuestra alma máter. Aprovechamos el viaje y para bien de nuestro ego nos dejaron llevarlos a la biblioteca. Las dos estábamos llenas de regocijo porque era justo el lugar en el que habíamos sido felices. Y como si esa oportunidad fuera poca, a la hora del almuerzo Alberto me dijo: «Comemos donde tú digas».
La verdad no se me ocurrió otro lugar que no fuera El Arco Café. Un restaurante-café-bar que queda a la vuelta de la universidad. Ahí fue por años la capital de los teatreros de la Uca, ahí nos la pasábamos de maravilla.
Nos fuimos a comer al Arco con todas las Palabras Mayores. Menú normal y barato, comida más o menos decente de estudiante. Claro, no podían faltar unas necesarias Pilsener. Perfecto. Por supuesto tuvimos una platicadera rica y de a galán.
Luego vinieron las copas, saludos amenos, abrazos de colegas y ese vacío que sentimos los salvadoreños cuando alguien extranjero (y que ya queremos mucho) se va.
El encuentro cara a cara permite ver al otro desde su autenticidad. Con las negociaciones de significaciones, escudriñamos ese mundo que nos es extraño por primera vez, pero que con los encuentros se va deconstruyendo. Procuramos entenderlo.
Alberto, Jorge, Antonio y Xosé serán siempre esos hombres mayúsculos que botaron esa idea de que hablar de lengua es formal y aburrido, que es para eruditos.
La lengua, como la vida, también se saborea.
Gracias, chicos.
PD: La imagen la tomé del sitio oficial de barfilos.com.
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