
Tengo guerra abierta contra los zapatos de tacón alto. Sin saber cómo, los odio más que nunca, sobre todo esos llamados tacones de aguja.
Los odio por ser un símbolo de la dejadez femenina. Porque los hombres se burlan de nosotras (las locas por los zapatos). Porque hacen que hagamos equilibrio, que caminemos con incomodidad y porque no podemos correr con ellos.
Detesto los tacones porque hay que tener demasiados pares cuando solo tenemos un par de pies. Porque me hacen rozaduras, porque me dejan marca, porque no soporto que todos mis dedos estén ahí apretaditos sin respirar.
Porque en Varsovia hubo una maratón de cien metros en tacones. Porque en México también compitieron en tacones. Porque me hice un esquince en mi pierna izquierda cuando no vi un agujero en la calle.
Además, son fetiche. Les encanta a los hombres que nos encaramemos en esos mostrencones, que pretendamos estar felices ahí arriba. Los tacos altos nos engañan y nos meten la mentira de que son indispensables para que aquellos deliren con nuestras falsas largas piernas.
Piernas bajo red. Piernas. Piernas. Y más piernas armadas de chucherías que suben la libido.
Tampoco me gusta que sean un símbolo con el que me sienta mujer. O que cuando me dicen que vaya vestida con ropita formal tenga que metérmelos.
Porque cuando voy a comprar solo un par la vendedora quiere que compre otro porque está a mitad de precio o con el 25% de descuento, y que tenga que ser falsamente amable, y decirle que no, que solo necesito un par.
Porque con tan solo un par no puedo evitar sentirme aburridamente fashion. Porque cada vez amo más mis zapatillas imitación de All Star. O mis chancletas de cuero, o mis yinas de baño. Los odio porque se supone que a mi edad tengo que usarlos. Los odio porque con un par dejé de ser hippie. Maldita traición.
Odio los tacones porque cuestan demasiado. Los odio porque mis tobillos resienten tanta fuerza colocada en un área ridículamente pequeña. Porque esa relación área y presión es absurda. ¡¡Áreas mínimas, ridículamente mínimas de tres centímetros cuadrados o menos!!
Odio todavía más a los tacones porque cada vez que me los pongo me siento extraña, como si no fuera yo misma.
PD: Primero tenía una imagen de Tarantino en tacones, y esa misma noche encontré esta maravillosa foto de un amigo/profesor/colega/traductor/viajero y me dejó colgarla aquí. Hazlo, le dará categoría, me dijo. Gracias a Xosé Castro.
Comentarios
muy bueno,
saludos