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Invasores

Frente a mi tazón con leche y cereal de colores aparecen ellas. Traviesas. Ciegas. Menuditas, insignificantes, o eso quiero creer. Las miro y sin pensar pongo mi dedo índice sobre las que se asoman. Cometo hormiguicidio. Masacre.

Estas hijeputas seguro aparecen por generación espontánea. Hace días que busco su gueto para infestarlas con el veneno que huele a limón.

Trepan sobre el pichel con limonada. Están en la miel, las galletas, el pan. Y por un momento quisiera exterminarlas a todas para que no se suban en mis pies desnudos, para que no se coman mi clavel, para que dejen de joderme en la mesa cuando quiero estar sola con mi gran tazón de leche.

Olvido que son también marabunta. Un solo ser que puede matar si se le antoja. En realidad no, si son amenazadas sí. Hoy no importa.

Que mueran todas así la tierra se colapse porque no puede respirar. Nadie las invitó. Hormigas invasoras, váyanse muy lejos a su casa. Dejen en paz la mía.
Lo más lejos de lo lejos, aquí es la ci-vi-li-za-ción.

Animales invasores que no piden permiso. Hacen sus castillitos. Sirven a su majestad. Aplastan a los demás que suelen ser más débiles. Animales que no dejan vivir en paz. Que nos quitan de a poco lo que deseamos.

Invasores que no preguntan. Invasores que anuncian en el periódico sus proyectos habitacionales con precios estratosféricos. (Mínimo $5,000 al mes.)

Los invadores somos los otros. Y bajo nuestros pies, la cerámica.


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