Aburrir(se) Acepción 6. Sufrir un estado de ánimo producido por falta de estímulos, diversiones o distracciones. Rae.
Una vez la Maga me dijo que fuera a terapia porque caía bien. Meses después le hice caso y fui porque estaba sufriendo otro ataque de ansiedad. Las múltiples actividades que me gusta llevar (siempre) han hecho que piense de mí misma que soy lo más parecido al hombre orquesta, en mi versión femenina, claro está.
He llevado ese ritmo desde que lo recuerdo. Ritmo de ardilla loca.
Por eso fui a terapia, para que la terapista me dijera: Cálmese.
Cuando era chica, muy chica y aún aprendía a leer, me aburría con frecuencia de las actividades escolares que hacíamos dentro del salón de clase; estas iban de lo emocionante que era jugar con trocitos de madera a hacerse uñas y collares con la plastilina (ahora modelina). Por supuesto fui de las alumnas problemáticas que jamás paraban de hablar, que contestaban honesto y que nunca de los nuncas permanecían sentadas. A mis actitudes vinieron apelativos que recordaban a querubines odiosos y situaciones incómodas: algo así como ángel del farolito y el acostumbrado ¿y que tenés hormigas en el culo?
Así es como respondo a la vida. No puedo quedarme quieta y aunque esté quieta, siempre estoy haciendo mil cosas. Bueno, mil no, lo que se dice mil, pues no, pero bastantitas.
De menos chica pero no jovencita estuve en la iglesia, el equipo de básquetbol (no se rían de mí, malvados), fui a ver si hacía atletismo, clases de guitarra que no prosperaron, clases de canto y blablablá. De todo, una ensaladota.
Cuando fui universitaria se repitió: coro, teatro, escribir, leer, trabajar con los maestros, la vida social y en fin.
Multitareas: eso soy. Y ya sé que el que mucho abarca poco aprieta, pero ahí voy.
El caso es que hoy, justamente hoy, luego de que la semana pasada fue espantosa, llena de trabajo y textos, y más proyectos, y un sábado con cien mil actividades...
Hoy nada. Traje un libro y solo leí dos páginas. Ni vi videos, ni hice tantos correos electrónicos, ni armé folletos.
Hoy era la nada.
Y me entró esa gana loca de querer suicidarme (metafóricamente) porque no soportaba que podía hacer cien mil cosas y no estaba haciendo nada de nada. Ni hablar tendido con la gente en la red, pues. Casi todos estaban ocupados, deshabilitados o enfermos, menos yo.
Un fastidio total. Tedio.
No soporto aburrirme. No soporto tener solo una cosa qué hacer.
Señora terapeuta: ¡no voy a calmarme! Sería como si el colibrí de pronto no volara tan rápido. Seguro que cae con paro cardíaco.
No soporto no tener estímulos para por lo menos divagar un rato. Esta lluvia me tiene loca y harta.
Y escribí para no aburrirme más, para sacarme este maldito mal humor.
Una vez la Maga me dijo que fuera a terapia porque caía bien. Meses después le hice caso y fui porque estaba sufriendo otro ataque de ansiedad. Las múltiples actividades que me gusta llevar (siempre) han hecho que piense de mí misma que soy lo más parecido al hombre orquesta, en mi versión femenina, claro está.
He llevado ese ritmo desde que lo recuerdo. Ritmo de ardilla loca.
Por eso fui a terapia, para que la terapista me dijera: Cálmese.
Cuando era chica, muy chica y aún aprendía a leer, me aburría con frecuencia de las actividades escolares que hacíamos dentro del salón de clase; estas iban de lo emocionante que era jugar con trocitos de madera a hacerse uñas y collares con la plastilina (ahora modelina). Por supuesto fui de las alumnas problemáticas que jamás paraban de hablar, que contestaban honesto y que nunca de los nuncas permanecían sentadas. A mis actitudes vinieron apelativos que recordaban a querubines odiosos y situaciones incómodas: algo así como ángel del farolito y el acostumbrado ¿y que tenés hormigas en el culo?
Así es como respondo a la vida. No puedo quedarme quieta y aunque esté quieta, siempre estoy haciendo mil cosas. Bueno, mil no, lo que se dice mil, pues no, pero bastantitas.
De menos chica pero no jovencita estuve en la iglesia, el equipo de básquetbol (no se rían de mí, malvados), fui a ver si hacía atletismo, clases de guitarra que no prosperaron, clases de canto y blablablá. De todo, una ensaladota.
Cuando fui universitaria se repitió: coro, teatro, escribir, leer, trabajar con los maestros, la vida social y en fin.
Multitareas: eso soy. Y ya sé que el que mucho abarca poco aprieta, pero ahí voy.
El caso es que hoy, justamente hoy, luego de que la semana pasada fue espantosa, llena de trabajo y textos, y más proyectos, y un sábado con cien mil actividades...
Hoy nada. Traje un libro y solo leí dos páginas. Ni vi videos, ni hice tantos correos electrónicos, ni armé folletos.
Hoy era la nada.
Y me entró esa gana loca de querer suicidarme (metafóricamente) porque no soportaba que podía hacer cien mil cosas y no estaba haciendo nada de nada. Ni hablar tendido con la gente en la red, pues. Casi todos estaban ocupados, deshabilitados o enfermos, menos yo.
Un fastidio total. Tedio.
No soporto aburrirme. No soporto tener solo una cosa qué hacer.
Señora terapeuta: ¡no voy a calmarme! Sería como si el colibrí de pronto no volara tan rápido. Seguro que cae con paro cardíaco.
No soporto no tener estímulos para por lo menos divagar un rato. Esta lluvia me tiene loca y harta.
Y escribí para no aburrirme más, para sacarme este maldito mal humor.
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