Me contaba mi papá que cuando compró la casa en la que crecí hizo cola toda la noche para poder tomar un número que le permitiera tener una entrevista. La tuvo, y cuando le preguntaron que cuál casa quería no le dio vueltas. "Puede elegir entre la 6 y la 18", le dijeron. "Deme la 6 ,pues".
He vivido ahí toda mi vida. Vi los cambios que le hicieron, el pedazo del frente que le alargaron, las ventanas grandes. No recuerdo el jardín que sí tuvimos, y lo que sí recuerdo es cuando hicieron unas gradas empinadas que daban a un plafón en el que tendían la ropa para que el sol la secara.
Cuando tenía 16 años lo único que quería era tener 26 para poder irme y vivir yo sola. Ahora que los tengo, dudo si debo o no irme de esa casa por la que mi viejo se desveló esa noche, en la que mi familia vive y malvive. Esa en la que sobrevivo sin él. (Déjenme, es que soy fatalista y exagerada, con el agravante de idolatrar a mi papá.)
No me alcanza la plata que gano para mudarme sola, eso es seguro. Y no me voy porque creo que aún me falta un cachito para estar lista. Ya casi, ya casi.
Lo que sí me pasó es que justamente después de varios años trabajando en el mismo sitio, y más o menos en el mismo escritorio, pues me mandaron a otro departamento. Básicamente es un cambio de escritorio nada más.
En este escritorio leí tantas cosas, escribí otro montón, hablé por chat con tanta gente, lo hice mío porque lo decoré con todos mis carteles de obras de teatro, Depp, Dalton, poemas y gatos, lo llené de gatos. Y hoy lo metí todo en un fólder para ponerlo en otro sitio que espero sea también amigable.
Sin embargo, con el cambio viene toda esa vida que había dejado de lado para convertirme en el pilar que mi viejo dijo que fuera. Yo no sé si quiero seguir siendo un pilar o si tan solo quiero convertirme en una de esas tiendas ligeritas de campaña. No lo sé.
Lo que sí sé es que este nuevo chance, insignificante para algunos, es fenomenal para mí. A mí mi trabajo me gusta y no me quejo, pero hace años que mis éxitos los cosecho fuera de estas paredes. Crecer aquí dentro es otro pisto (negocio). Triunfo cuando termino un cuento, cuando vuelvo a las tablas, cuando un proyecto va en marcha... eso es vivir para mí.
Hacía años que mi hora de salida del trabajo no coincidía con la puesta del sol, con esa hora que me gusta tanto. Ahora está abierta esta maravillosa ventana. Y cuando el primer día en mi otro escritorio llegue y pueda irme sin que la noche me atosigue, volveré a sonreír como antes.
Quizá tome clases de jazz, quizá vuelvan las tertulias en el Café del Arco, o volver al ensayo de una obra, y tal vez hoy sí se monte... Empiezo a soñar y eso me hace feliz, muy feliz.
PD: Siempre he sido de equipaje ligero.
Dividí mi inventario en 1) Papeles (tapiz) 2) Juguetes, y 3) artilugios innecesarios pero bonitos:
1) Carteles varios y postales, tres páginas con poemas y dos fotos.
2) Cuatro arañas plásticas (dos caminan con cuerda) y dos gatos enojados de plástico (de esos que vienen en bolsitas de granja).
3) Un lapicero con un mago verde arriba y una rosa verde. Los diccionarios y libros no son míos, así que no cuentan.
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