He de ponerte al tanto, mi estimado Augusto, sobre lo que acontece en las calles. Sé que vuestro encierro es voluntario, sé que te queda bien la misantropía. No te culpo. Cada día nos cobija una especie de sopor terrible, hace que miremos con normalidad cómo las gentes se matan, cómo contamos catástrofes y nada pasa. Hay un mutismo asesino por ahí, te lo advierto.
Por otro lado, he hallado un artista que ha tenido a bien agradarme por su estilo decadente: Adanowksy. Nos recuerda bien a aquellos estados de dejadez total. Vos me entendés.
Y ahora el tema que quiero tratar con vos: el entretenimiento. ¿Por qué soslayarlo y menospreciarlo? Acaso no es menester en la vida el placer... visual, estético. ¿No aprendemos más cuando aquello que nos es, literalmente, inyectado nos causa cierto ánimo, ese deseo de descubrir?
Hace unos días fui a una de esas ponencias en las que la gente encopetada y de morral cree que usar palabras rimbombates es ser formal. En otra, el moderador trataba de «vos» a los invitados, gente más o menos eminente, y con eso la hacía amena, cuando hacía ratos que esa pseudodiscusión sobre la inspiración en versos estaba ya tirada al perro. Y perro callejero.
¿Es placentero escuchar sobre las exaltaciones humanas y delirios románticos cuando el lector en circunstancia ni siquiera es capaz de pronunciar correctamente, cuando sus pausas y sus desequilibrios destrozan un texto?
Para el caso recomiendo que los artistas en cuestión tomen en cuenta que estar frente a un público no es lo mismo que estar frente a una pantalla vacía. No, no, no.
La voz, la entonación, la presencia: todas son necesarias para que ese mensaje llegue con más impacto. Si no que alguien más lea, uno capaz.
¿Por qué no echar mano de recursos plásticos ahora que es posible gracias a tanta tecnología? ¿Por qué divorciar todas las disciplinas? ¿Acaso son puristas y pretenden que nos interese una voz apagada cuando la televisión nos ha entrenado sobre lo que debe ser entretenido?
El público, tan necesario, hace que convirtamos lo trivial en espectacular por el simple gozo de que aquello se vea hermoso.
Te confieso que en más de una ocasión me han menospreciado por mi fascinación por los escenarios, por mi mundo circense. Vos no, y lo aprecio sobremanera.
Casi siempre he huido de tales encuentros, me parecen más que siniestros. Pretenciosos también. Vos compartís completamente mi opinión: hay escritos que deben leerse en la intimidad. No siempre descubrir a su productor es una experiencia apoteósica. En ocasiones la decepción nos arrastra: como aquel literato que en medio de tanta bebida pedía al vacío una felación. Deseo egoísta que respeto, pero ¿acaso tenía que darme cuenta yo o la mesa entera? (Con el grave precedente que leyó fatal.)
Así, escuchar cómo leen textos es una tortura si estos no saben hacerlo, si les da miedo el micrófono, si caminan con pesadez (o estupidez, elegí), si dan la espalda al público, si de por sí es desagradable mirar aquel espectáculo tan parco...
Insisto, querido Augusto, no deberíamos aburrirnos en esos encuentros. No deberíamos. Pero lo hacemos porque ellos nos aburren y podrían no hacerlo. Por eso nos ocupamos de mirar todo y nada. Nos levantamos de la silla con el hartazgo subido en la espalda, y decimos: «Era mejor cuando estaba a solas con el libro».
Tardarán en reconocer los múltiples beneficios que trae consigo la entretención. Tardarán, y esa ya no es mi tarea.
Debo dejarte ya. Espero tu respuesta, queda abierta la palestra.
Primores y saludos
Por otro lado, he hallado un artista que ha tenido a bien agradarme por su estilo decadente: Adanowksy. Nos recuerda bien a aquellos estados de dejadez total. Vos me entendés.
Y ahora el tema que quiero tratar con vos: el entretenimiento. ¿Por qué soslayarlo y menospreciarlo? Acaso no es menester en la vida el placer... visual, estético. ¿No aprendemos más cuando aquello que nos es, literalmente, inyectado nos causa cierto ánimo, ese deseo de descubrir?
Hace unos días fui a una de esas ponencias en las que la gente encopetada y de morral cree que usar palabras rimbombates es ser formal. En otra, el moderador trataba de «vos» a los invitados, gente más o menos eminente, y con eso la hacía amena, cuando hacía ratos que esa pseudodiscusión sobre la inspiración en versos estaba ya tirada al perro. Y perro callejero.
¿Es placentero escuchar sobre las exaltaciones humanas y delirios románticos cuando el lector en circunstancia ni siquiera es capaz de pronunciar correctamente, cuando sus pausas y sus desequilibrios destrozan un texto?
Para el caso recomiendo que los artistas en cuestión tomen en cuenta que estar frente a un público no es lo mismo que estar frente a una pantalla vacía. No, no, no.
La voz, la entonación, la presencia: todas son necesarias para que ese mensaje llegue con más impacto. Si no que alguien más lea, uno capaz.
¿Por qué no echar mano de recursos plásticos ahora que es posible gracias a tanta tecnología? ¿Por qué divorciar todas las disciplinas? ¿Acaso son puristas y pretenden que nos interese una voz apagada cuando la televisión nos ha entrenado sobre lo que debe ser entretenido?
El público, tan necesario, hace que convirtamos lo trivial en espectacular por el simple gozo de que aquello se vea hermoso.
Te confieso que en más de una ocasión me han menospreciado por mi fascinación por los escenarios, por mi mundo circense. Vos no, y lo aprecio sobremanera.
Casi siempre he huido de tales encuentros, me parecen más que siniestros. Pretenciosos también. Vos compartís completamente mi opinión: hay escritos que deben leerse en la intimidad. No siempre descubrir a su productor es una experiencia apoteósica. En ocasiones la decepción nos arrastra: como aquel literato que en medio de tanta bebida pedía al vacío una felación. Deseo egoísta que respeto, pero ¿acaso tenía que darme cuenta yo o la mesa entera? (Con el grave precedente que leyó fatal.)
Así, escuchar cómo leen textos es una tortura si estos no saben hacerlo, si les da miedo el micrófono, si caminan con pesadez (o estupidez, elegí), si dan la espalda al público, si de por sí es desagradable mirar aquel espectáculo tan parco...
Insisto, querido Augusto, no deberíamos aburrirnos en esos encuentros. No deberíamos. Pero lo hacemos porque ellos nos aburren y podrían no hacerlo. Por eso nos ocupamos de mirar todo y nada. Nos levantamos de la silla con el hartazgo subido en la espalda, y decimos: «Era mejor cuando estaba a solas con el libro».
Tardarán en reconocer los múltiples beneficios que trae consigo la entretención. Tardarán, y esa ya no es mi tarea.
Debo dejarte ya. Espero tu respuesta, queda abierta la palestra.
Primores y saludos
Comentarios
Muchas gracias por escribir un texto tan edificante, mi queridísima amiga, y por incluir mi alias en él.
Tuyo siempre afectísimo y adictísimo,
Victor Augusto