En el cubil felino donde laboro están: mi pc con 11 gigas de música, mi colección de arañas de plástico, diccionarios, papeles reciclados, fotos de Al Pacino y Jhony Deep y un montón de hormigas locas.
No sé de dónde salen. Y hoy, precisamente hoy...
Les contaré.
La amiga Joy se fue de vacaciones y tenía dos cactus. Repartió sus bienes y yo rogué para que me dejara uno. Quería sentirme útil, necesitada, con el éxtasis enfermizo de que ese minúsculo ser fotosintético (¿con cuál sol ahí dentro?) me necesitaba a mí.
Quería el poder. Que supiera qué era la dependencia.
Con mi cactus de prenda, fui feliz un poco. Solo un poco porque a la primera semana no sabía qué hacer con él. Si se le echa poca o mucha agua, que por qué me deja tierra ahí, que si no se seca, que si lo ahogo si le echo más agua, que es intocable el infeliz.
Superada la primera semana, vi que bajo su maceta enana de plástico salía más tierra de lo usual. Y odio la mugre también. Con papeles volando por todos lados, levanté el cactus para limpiar la suciedad y... ¡maldición!
¿Por qué a mí?
Levanto la maceta y al sacudirla un poco... salen cien mil millones de hormigas enanas y locas. Son de esas hormiguitas cafés que se comen el pan dulce. De esas que hay en la mesa de mi casa. De esas que persigo con el veneno sabor limón.
Atolondrada, no supe qué hacer, es que eran demasiadas. Todas ellas desparramadas en mi escritorio. Todas ellas ciegas y sin rumbo.
Odio las hormigas, odio las hormigas y hoy me atacan, me invaden. Toman venganza.
Las miraba irse, correr despavoridas, invadiendo a todas mis arañas mudas, mis libros, mis sobras de galleta... Y yo, inmóvil.
Mi amiga Marie me vio en colapso. Entonces, con un "respira-respira" levantó la maceta y se la llevó a otro cubículo. La sacudió como para ver qué tan grave era el asunto... ¡y salieron otros doscientos mil millones más!
¡Matalas, matalas, mataaaaaaaalas! ¡Matalas tooooooodas!
Masacre otra vez.
Masacre cien mil veces en un instante.
Las hormigas sin hogar andan por ahí, viendo si hallan sobras de algo. Al cactus se lo llevaron, lo dejaron en cuarentena. Al rato la dueña se peleaba con mi amiga Marie porque no sabían qué hacer con un cactus traidor que en su morada acoge invasores indeseables.
..
No sé de dónde salen. Y hoy, precisamente hoy...
Les contaré.
La amiga Joy se fue de vacaciones y tenía dos cactus. Repartió sus bienes y yo rogué para que me dejara uno. Quería sentirme útil, necesitada, con el éxtasis enfermizo de que ese minúsculo ser fotosintético (¿con cuál sol ahí dentro?) me necesitaba a mí.
Quería el poder. Que supiera qué era la dependencia.
Con mi cactus de prenda, fui feliz un poco. Solo un poco porque a la primera semana no sabía qué hacer con él. Si se le echa poca o mucha agua, que por qué me deja tierra ahí, que si no se seca, que si lo ahogo si le echo más agua, que es intocable el infeliz.
Superada la primera semana, vi que bajo su maceta enana de plástico salía más tierra de lo usual. Y odio la mugre también. Con papeles volando por todos lados, levanté el cactus para limpiar la suciedad y... ¡maldición!
¿Por qué a mí?
Levanto la maceta y al sacudirla un poco... salen cien mil millones de hormigas enanas y locas. Son de esas hormiguitas cafés que se comen el pan dulce. De esas que hay en la mesa de mi casa. De esas que persigo con el veneno sabor limón.
Atolondrada, no supe qué hacer, es que eran demasiadas. Todas ellas desparramadas en mi escritorio. Todas ellas ciegas y sin rumbo.
Odio las hormigas, odio las hormigas y hoy me atacan, me invaden. Toman venganza.
Las miraba irse, correr despavoridas, invadiendo a todas mis arañas mudas, mis libros, mis sobras de galleta... Y yo, inmóvil.
Mi amiga Marie me vio en colapso. Entonces, con un "respira-respira" levantó la maceta y se la llevó a otro cubículo. La sacudió como para ver qué tan grave era el asunto... ¡y salieron otros doscientos mil millones más!
¡Matalas, matalas, mataaaaaaaalas! ¡Matalas tooooooodas!
Masacre otra vez.
Masacre cien mil veces en un instante.
Las hormigas sin hogar andan por ahí, viendo si hallan sobras de algo. Al cactus se lo llevaron, lo dejaron en cuarentena. Al rato la dueña se peleaba con mi amiga Marie porque no sabían qué hacer con un cactus traidor que en su morada acoge invasores indeseables.
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Comentarios
Ponele que en mi ofiscina el lío no son las plantas si no que los animales.
Tenemos un gato y dos chuchos. El felino infeliz de repente llega, se posa sobre tu regazo y se dobla para que lo acariciés, y si no le hacés caso te maulla y te rasca.
Una vez le dio por sentarse en mi silla y quién lo quitó de ahí.